27/12/15


La noche de domingo me acompaña, silenciosa y fría. Recorre el ambiente, entra por la puerta el aire que llena esta habitación. Deseo de un abrazo. Me conformo con un té que me calienta por dentro.

Hoy fui a un cementerio, Los Olivos. Tomé un camión a mediodía para ir a caminarlo. Me senté unas horas ahí, rodeado de viento, sol, pasto y de la sal de la tierra de esta ciudad umbral invisible. Me topé con Ricardo González, migrante asesinado por la fronteriza cuando intentaba regresar a su país. Me topé con Francisca Hernández, anciana nacida en 1911, indígena, que dio fortaleza a su familia ahora regada entre aquí y allá. Ahora sus recuerdos no están en las piedras con sus nombres sino en la memoria colectiva de resistencia.

Familias que este domingo van a hacer días de campo alrededor de sus desaparecidos. Llevan flores, comida, agua; se sientan en mantas y ahí conviven, a las faldas de un cerro habitado.

Eso somos, sal de la tierra. Y chispa que enciende.

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