13/7/16

¿Qué sentido tiene el luto, sacrificar y detener la vida, querer a la distancia, crear toda una cultura alrededor de él, cuando para quien está simbolizado en realidad adora a otros dioses?

El luto se convierte en un ritual vacío, humano pero individual, de alguien empeñado en valorizar aquello que jamás le dará reciprocidad.

Es un sin sentido.

Al entenderlo, el humano termina sin venganza el luto de años, para construir otros mundos.





*Esta es la última entrada de este querido luto humano punto blogspot. Nos vemos en la próxima trinchera.*

26/6/16

A pie en Otay

Lo más raro de cruzar la garita de Otay en la madrugada es que todo aparentemente siga igual. La naturalización de la frontera como mero trámite para llegar al trabajo. Alinearse en una fila que avanza a pasos agigantados para facilitar el horario laboral. Descuento de horas. Simbolismo mayúsculo que filtra millones de sueños. Se respira ansiedad y oportunismo. Misma parada de camión. Allá y acá, miles de maneras de ganarse la vida, de una sola clase:

x 1 trabajadores desocupados x 20 = valor de uso / 20





Vivir así



7/6/16

Voy, dijeron.
Llegaron los barbudos.
Y el imperio a parar.



30/5/16


Música para escribir, para volcarse al papel sin rendición.
48 horas.

24/5/16

Las relaciones familiares en los Soviets (Primera parte)


León Trotsky, "Las relaciones familiares en los Soviets", La mujer y la familia, Juan Pablos, México, 1974, pp. 51-64.


Publicado originalmente con el título "¿Está la Unión Soviética lista para ser reconocida?", revista Liberty, 14 de enero de 1933. Las preguntas por escrito fueron planteadas por la revista y contestadas por Trotsky en inglés.




1. ¿El estado soviético transforma a los hombres en robots?
2. ¿Está el estado soviético totalmente dominado por un pequeño grupo que desde el Kremlin ejerce poderes oligárquicos con el pretexto de la dictadura del proletariado?
3. ¿Los soviets les robaron la alegría a los niños y transformaron la educación en un sistema de propa­ganda bolchevique?




En Estados Unidos se discute a menudo el problema del reconocimiento de la Unión Soviética. Naturalmen­te, el reconocimiento diplomático no implica que cada una de las partes aprueba la política de la otra. Hasta ahora el no reconocimiento de la república soviética se basó fundamentalmente en razones de carácter moral. Las preguntas que me planteó el director de Liberty se refieren a ese tipo de temas.

1. ¿El estado soviético transforma a los hombres en robots?
¿Por qué? Eso es lo que yo pregunto. Los ideólogos del sistema patriarcal como Tolstoi o Ruskin dicen que la civilización industrial convierte al campesino libre y al artesano en tristes autómatas. En estas últimas déca­das se lanzó esta acusación fundamentalmente contra el sistema industrial de Norteamérica (taylorismo, fordismo).
¿Es que tal vez oiremos ahora los Clamores de Chicago y Detroit contra la máquina que destruye el alma? ¿Por qué no volver al hacha de piedra y la choza de barro, a cubrirse con pieles de oveja? No; nos nega­mos a hacerlo. En el terreno de la mecanización la república soviética es a lo sumo una discípula de Estados Unidos... y no tiene intenciones de quedarse a mitad de camino.
Pero tal vez la pregunta no se refiere al trabajo me­canizado sino a las características del orden social. ¿No será que en el estado soviético los hombres se están convirtiendo en robots porque las máquinas son de propiedad estatal y no privada? Basta con plantear claramente la pregunta para demostrar que carece de todo fundamento.
Finalmente, queda en pie la cuestión del régimen político, de la dura dictadura, la máxima tensión de todas las fuerzas, el bajo nivel de vida de la población. No tendría ningún sentido negar estos hechos. Pero no son tanto la expresión del nuevo régimen como de la te­rrible herencia del atraso.
A medida que se eleve el bienestar económico del país la dictadura tendrá que ablandarse y suavizarse. El método actual de disponer de los hombres dará paso al de disponer de las cosas. El fin del camino no es el robot sino un tipo de hombre superior.

2. ¿Está el estado soviético totalmente dominado por un pequeño grupo que desde el Kremlin ejerce poderes oligárquicos con el pretexto de la dictadura del proletariado?
No, no es así. La misma clase puede, según las cir­cunstancias, gobernar valiéndose de diferentes siste­mas y métodos políticos. Así, la burguesía en su tra­yectoria histórica gobernó a través de la monarquía ab­soluta, el bonapartismo, la república parlamentaria y la dictadura fascista. Todas estas formas de gobierno conservan su carácter capitalista ya que las riquezas más importantes de la nación, la administración de los medios de producción, de la educación y la prensa siguen en manos de la burguesía y las leyes protegen antes que nada la propiedad burguesa.
El régimen soviético es el gobierno del proletariado, más allá de la amplitud del sector que en lo inmediato concentra el poder.

3. ¿Los soviets les robaron la alegría a los niños y transformaron la educación en un sistema de propa­ganda bolchevique?
La educación de los niños siempre y en todas partes estuvo ligada con la propaganda. La propaganda co­mienza convenciendo acerca de las ventajas del pañuelo sobre los dedos y se eleva luego a las ventajas de la pla­taforma demócrata sobre la republicana o viceversa. La educación religiosa es propaganda; seguramente nadie se negará a admitir que San Pablo fue un gran propagandista.
La educación universal que imparte la república francesa está imbuida hasta la médula de propaganda. Su idea fundamental es que a la nación francesa o, más precisamente, a la clase dominante de la nación fran­cesa le son inherentes todas las virtudes.
Posiblemente, nadie niegue que la educación que reciben los niños soviéticos también es propaganda. La única diferencia reside en que los países burgueses se trata de inculcarle al niño respeto por las viejas institu­ciones y por ideas que se dan por aceptadas. En la URSS se trata de ideas nuevas, y por eso la propaganda resulta más evidente. "Propaganda", en el mal senti­do de la palabra, es el nombre que se le da generalmen­te a la defensa y difusión de las ideas que a uno no le gustan.
En las épocas conservadoras y estables la propaganda cotidiana pasa desapercibida. En las épocas revolu­cionarias la propaganda adquiere generalmente un ca­rácter belicoso y agresivo. Cuando volví con mi familia de Canadá a Moscú a principios de mayo de 1917 mis dos hijos estudiaron en un "gimnasio", (es decir, una escuela secundaria) al que concurrían los hijos de muchos políticos, entre ellos los de algunos ministros del Gobierno Provisional. En todo el gimnasio había solamente dos bolcheviques -mis hijos- y un tercer simpatizante. Pese al reglamento oficial, "la escuela debe ser apolítica", mi hijo, que apenas tenía doce años, fue despiadadamente golpeado por ser un bolchevique. Después de que fui electo presidente del Soviet de Petrogrado a mi hijo nunca se lo llamaba de otra ma­nera que "el presidente" y los castigos se redoblaron. Era propaganda contra el bolchevismo.
Los padres y maestros partidarios de la vieja socie­dad claman contra la "propaganda". Si un estado tiene que construir una sociedad nueva, ¿cómo no va a co­menzar por la escuela?
"¿La propaganda soviética les roba a los niños la alegría?" ¿Por qué razón y de qué manera? Los niños soviéticos juegan, cantan, bailan y lloran como todos los demás niños. Hasta los observadores malevolentes ad­miten la atención desusada que presta el estado sovié­tico a la niñez. La mortalidad infantil descendió a la mi­tad de la cifra usual en el antiguo régimen.
Es cierto que a los niños soviéticos no se les habla del pecado original ni del paraíso. En este sentido se podría decir que a los niños se les roba la alegría de la vida después de la muerte. Como no soy un experto en la materia no me atrevo a juzgar la magnitud de la pér­dida. Sin embargo, los dolores de esta vida tienen cierta prioridad sobre las alegrías de la vida futura. Si a los niños se les proporciona la cantidad necesaria de calorías la abundancia de su vida actual será motivo sufi­ciente de alegría para ellos.
Hace dos años vino de Moscú mi nieto. Aunque no sabía absolutamente nada de Dios, no pude descubrir en él tendencias esencialmente pecaminosas, salvo la vez en que, con la ayuda de algunos diarios, logró obstruir totalmente las cañerías del lavabo. Para que pudiera relacionarse con otros chicos en Prinkipo tuvi­mos que enviarlo a un jardín de infantes dirigido por monjas católicas. Las buenas hermanas no hacían más que alabar la moral de mi ateíto que ahora tiene casi siete años.
Gracias a este mismo nieto, el año pasado me puse muy al tanto de los libros rusos para niños, tanto de los soviéticos como de los de los emigrados. En ambos hay propaganda. Sin embargo, los libros soviéticos son in­comparablemente más frescos, más activos, más llenos de vida. El hombrecito lee y escucha estos libros con el mayor placer. No, la propaganda soviética no le roba la alegría a la niñez.