25/12/15


Emotivo día, apacible velocidad de respiración. Salir a caminar temprano en este viernes, ciudad vacía y cielo despejado. El mismo camino que recorro a la universidad que me aloja, pero ahora desierto. Sólo el viento como recordatorio de la intensa vida urbana. Brisa alta. Ejercicio.

¿Qué es lo que las ciudades tienen en las mañanas siguientes a fechas como la de ayer? Cierto tipo de resplandor de ciclo. Aunque concepción plenamente humana, el tiempo se representa en las estaciones. Y días como hoy son de esos en que se siente esa transferencia. Pies ligeros, nubes que vuelan sin detenerse, las cortinas de los comercios cerradas a horas improbables, horas extra de trabajo asalariado sin pago.

Anoche, después de cenar un par de tamales, salí a fumar tranquilo en el patio y la calle tenía mucha vida por la luna que hacía un espejo de luz en el piso mojado. Al parecer, el tamal es la comida predilecta de estos pagos; largas filas se hicieron durante la tarde previa en las tortillerías de la colonia. Alcancé dos. Lo logré en la tortillería de la esquina donde la calle alta parece que vuela hacia la ciudad. Una calle que termina directamente en una barranca. Me ofrecieron la masa para hacerlos, pero todavía no cuento con ese conocimiento centenario.

Con tenue luz me puse después a leer. Luz y libros. Manta y serenidad.


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