30/12/15


Las mañanas cada vez son más frías. Ya no me levanto después del amanecer porque lo único que quiero es meterme de vuelta a la cama. Intento disfrutar lo más posible esos minutos antes de comenzar el día. Desayuno y escribo. Hace unos días me compré de fin de año un nuevo cuaderno y pluma. Caminé a la papelería donde atiende un señor con voz notoriamente grave. Es de esas papelerías donde todavía se consiguen monografías, bolas de unicel, pegamento blanco, papel para envolver regalos y lápices. Pero claro, ahora también hay tres computadoras para consultar internet e impresora.

Nunca he usado guantes para el frio. Nunca he tenido unos. Pero creo que ahora es el momento para hacerlo. Cuando oscurece, a mis dedos les cuesta mantener el calor y lo único que hago es jalar las mangas del suéter para cubrirlos. Si el sábado se pone, puedo ir al tianguis y buscar un par de guantes, de esos que dejan una parte de los dedos descubiertos. Y que no sean muy gruesos porque no estoy acostumbrado a tener cosas que cubran las manos.

Por lo menos cinco veces al día aquí afuera pasan unas pequeñas camionetas que venden tortillas y garrafones de agua. Lo sabes porque son acompañadas por un megáfono con música bastante aturdidora para que los clientes sepan que están ahí. Conforme los meses han pasado me doy cuenta de qué tan buena idea es esa. Yo todavía no les he comprado nada, pero sé que varios vecinos lo hacen porque cualquiera de las camionetas se queda estacionada aquí cerca, descargando el pedido, con la música a todo volumen. Después de cinco minutos de escucharla, uno ya se quiere morir. Pero lo que más me ha llamado la atención, es que sin importar si llueva poco o mucho, con el friazo que hace ahora o con el calorón de los meses de verano, las camionetas pasan y pasan. Hace tres días caía una tormenta y no declinan. Trabajar manejando alguna de esas camionetas ha de suponer un gran estrés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario