13/2/09

Yo porteño, quizás

latinoamérica: la simulada diferencia entre nosotros


I


La semana pasada estuve en Buenos Aires, la soñé y Buenos Aires me deseó. Palpé la ciudad, su húmeda respiración, su centro nebuloso y sus avenidas de vendavales. Recuerdo los jardines, las veredas, el caminarla, su amplitud vertical. El reflejo del negro mármol, de las escaleras impecables y los ascensores antiguos; los domos celestes iluminados y el tango en las glorietas espectrales. Recorrimos los pasillos en los cuales su historia se desarrolla. Existe memoria, la mía tal vez, la tuya tal vez, la de los dos. ¿Qué es una ciudad sin recuerdos? somos los (supuestamente) seres inteligentes que conversamos con sus calles, que recordamos sus nombres, que sudamos sus esquinas. ¿Qué soy yo ante vos, Buenos Aires?

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Vaya palabras que no saldrán de mi boca. Como tal, en un tranquilo transcurso sin cesar recorre el ancho río al norte de esta ciudad, con su deslizar plateado y horizonte extenso. Del otro lado, Montevideo me mira sin mirarme, sigue los pasos de mi sombra cuando ésta en el agua se posa. Mi vista recorre la costanera sur hasta el final del río, al este, sin encontrar obstáculos que le impidan perderlo; tal vez un barco carguero la distrae o una sirena la seduce, pero el leve movimiento en los cabellos ralos de un anciano le permiten encontrar el objetivo: un faro, similar al faro chacahuense mexicano, que extiende su mirada luminosa y atenta a los cuatro puntos del mar océano americano. Los veleros lo toman como guía en este día de no tan generoso viento, mientras los pescadores le consideran un altar primitivo al cual es posible ofrendar su magra pesca.



¿Qué es este Río de la Plata? son las libélulas que a contraviento se posan en el malecón; es un pequeño avión que despega del aeroparque con vistas en Brasil; son los ancianos desempleados que intentan perderse en el tiempo como su carnada lo hace en el río; lo son también los desaparecidos, los miles de jóvenes que en el fondo del mar descansan perturbadoramente sus huesos arrojados por la última dictadura.

A pesar de ello, Buenos Aires brilla con vitalidad, con la presteza social que solamente la sangre puede curtir, se levanta al igual que el salitre del Atlántico para corroer y oxidar la corrupción de sus gobernantes, para demandar justicia y recuerdo, para despertar a la juventud latinoamericana largamente adormilada.


Calamaro le canta a la pasión bonaerense, a las bellas mujeres y a la refrescante cerveza; denota la alegría del Río de la Plata que se observa en las nubes y profundo cielo así como en la sonrisa y bailes de los pobladores y marineros de las zonas bajas. Por otra parte, el español Sabina le canta a la melancolía rioplatense, a la desilusión que una nación tiene en su romance entre la democracia y el totalitarismo. Le canta al instante de melancolía que el tango hace perdurar en las notas del bandoleón y al recuerdo de una sociedad borgiana de letras y artes.

Los dos son Buenos Aires, los dos cantan en las esquinas, los dos se acurrucan al lado de los niños que duermen a la intemperie, los dos hacen latir los ojos que he aprendido a apreciar. Los dos se multiplican ante cada nuevo cuento o poema escrito por las miradas juveniles de las primarias porteñas, y también lo hacen en las altas oficinas de la burocracia peronista. ¿Para qué dudarlo? ellos también lo hicieron, también cantaron en las noches interminables en casa de Raulito o en los fríos amaneceres de Valle de Bravo.



II


Alguna vez escuché que existe un acto en cada intento; que con cada movimiento individual surge otro similar. Es decir, que cada caricia que con nuestra mirada suscitamos alguien inevitablemente la recibe, y que el efecto del afecto es exponencial a como nuestra imaginación lo ideó.

El obelisco, sin ninguna significación atrayente más bien aparente simula una ciudad modernizada inglesa donde, como monumento, se copian las figuras de otras sociedad colonizadas, “superadas” por la técnica y la conquista.

El viento que respiro en un cruce de calles en Buenos Aires es la realidad interpretada por la colectividad, es una realidad comunitaria, de ahí el deseo general: se aspira pero se comprende, se comparte. Afiches del ‘río rojo’ que responden a ‘razón y revolución’. De esta manera, si se sueña con un mundo mejor, si es la realidad la que nos desencanta de ella misma, solamente tenemos que recurrir a los cruces de calle, en donde los vientos de los latinoamericanos se respiran mutuamente; en aquella esquina del San Telmo empedrado, donde la luna se eleva entre dos árboles.



Solamente deja que mi mirada se explique y así nos mostraremos como somos. Una extensa luna entre los arbóreos parques al lado del río: se baila el primer baile y después dejemos que la muerte nos marchite; lo hemos bailado, la hemos bailado. Esa misma luna me dijo que si sueño con mi vida próxima, me encontraré nadando en una nada sin sentido, en el éter de los creyentes: ¿y qué iba yo a hacer en ese líquido sobreinterpretado y maloliente?

Buenos Aires se revuelca como las ausentes sierras que no la rodean, los caminos que a ella llevan, los edificios que la cruzan y las lenguas europeas que la transitan. Es el deseo que tengo por acompañarte cada tarde a la Biblioteca Nacional y leer nuestros libros mirando el río.

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Me recuerda a los vientos pueblerinos y el arte citadino, al alcohol destilado y a los poemas de Pellicer:

Mariposa, flor de aire,

peina el área de la rosa.

Todo es así, mariposa,

cuando se vive en el aire.

Y las horas de aire son

las que de las voces que vuelan.

Sólo en las voces que vuelan

lleva alas el corazón.

Llévalas de aquí, que son

únicas voces que vuelan. (1941)


La ciudad es para recorrerse acompañado, de vez en cuando perderse; no faltará cántico que te haga reencontrar el sendero ni lectura a la cual acompañar hasta alguna biblioteca. Las flores se convierten en mariposas al ritmo de los tangos y milongas, al tiempo que el queso y la soja de su gobierno desalimenta a sus habitantes. Escraches por Cromagñon: ‘de pie’ que se simboliza con las zapatillas atadas entre sí y colgadas en los cables eléctricos. Cada zapatilla, 300 de ellas, derretidas por el calor asfixiante que incineró a cerca de 200 jóvenes en un antro ante la estupidez del gobierno.


La coma existe para que la reproduzcam, para que yo la eljimjnine.



III


La ciudad tiene poros: se acicala en instantes para luego ser desteñida en sangre. Me siento ajeno al dolor, al recuerdo de los compañeros ausentes en este marzo. Generaciones de jóvenes y adultos están marcados por el ejemplo de las madres de la plaza de mayo mientras el disfrute de su tiempo parece acortarse a la misma lucha.

¿Cómo comprender que el populismo se encuentre arraigado a la derecha peronista mientras que la izquierda se fracciona permanentemente en discusiones teóricas connotando un mal que parece sintomático en las oposiciones de toda Latinoamérica? ¿por qué en México es solamente una minoría quien tan intensamente cuestiona su realidad? ¿por qué en México a la crítica se le toma como solamente una faceta de la juventud?


La 9 de julio se moja con sus mismas fuentes, ¿cómo es el sentir en un 24 de marzo cuando años atrás la crisis afectaba a esta sociedad, cuando no se podía recorrer esta avenida libremente? tres de cada cinco locales están cerrados. Los diarios tienen en primera plana a la selección de fútbol argentina: noticia permanente de ocho columnas que atrae la atención del sector de la sociedad al que se le denomina ‘doña rosa’, representado por los ciudadanos embebidos por el consumo y los medios de comunicación, incapaces de generar una opinión crítica o siquiera de mantener una posición política. La portada de Clarín: seis de cada diez jóvenes de 25 años o menos no saben qué sucedió el 24 de marzo. Recurso ideológico de la prensa estampado en la ignorancia de unos pocos que se socializa a la totalidad.

Se acerca la Plaza de Mayo al tiempo que la librería ‘El Túnel’, abierta desde las 8 am, presenta ya la seguridad burguesa: un gendarme en la fachada contigua: rodilleras, casco y macana; cigarrillo y té; al tiempo que habla con su familia (se le nota por el rostro) en un teléfono celular.

Los retenes comienzan a aparecer, barricadas dignas de hace cien años, son la justicia armada y la coerción ejemplificada. El partido comunista de rama maoísta (los chinos, como dicen aquí) demanda justicia: sus escraches son prácticamente ilegibles, han sido tapados con carteles del gobierno. Entre cartulinas se lee uno: ‘A 30 años los lápices siguen escribiendo’ o ’30 000 razones para seguir luchando’ se lee en otro.

La Casa rosada aparece entre los árboles como un bloque y permanente objetivo de las manifestaciones. En el amanecer todo es pasivo, unas cuantas palomas revolotean rompiendo el silencio; de una fuente comienza a brotar el agua, los floristas cortan los ramos al tiempo que refrescan las flores no halagadas la noche anterior. La radio comienza a sonar en algunos puestos de periódicos, y el sol, el sol que se levanta por entre las edificaciones que centralizan la avenida de Mayo, la lustrosa y cada vez más familiar, avenida de Mayo.

El espacio de la Plaza de Mayo no es amplio, será la cuarta parte de la Plaza del Zócalo, sin embargo, tiene personalidad: su vida radica en sus pobladores, la Plaza de Mayo se significa como la más importante de Latinoamérica no exclusivamente por su rica arquitectura o la antigüedad de su fundación: es su gente, son los argentinos quienes al cooptarla la convierten en la verdadera plaza revolucionaria de donde la historia brota para empujar el presente, para oponer la dialéctica a la permanencia, al estancamiento.


La Casa rosada es lúgubre, silenciosa, seria; prácticamente hermética. El claustro profundo de su fachada da la sensación de que no hay marcha atrás una vez cruzado el umbral de su pórtico, de que es irrevocable lo dicho o lo acontecido. Los techos verdes ingleses contrastan idealmente con lo que aparenta ser alabastro rosado. Empero, la altura y forma de las ventanas las alejan de quienes se encuentran postrados en la plaza, el diseño es plenamente vertical, casi dogmático: nosotros, quienes estaremos en la plaza, recibimos (si lo aceptamos) el dictamen resuelto desde esas ventanas, la voz de la verdad y destino de la nación argentina. Un velo protege a este edificio, la Casa rosada con el río detrás, se ve entre nubes, entre destellos de sombras, ¿será esa una de las razones por las que las grandes figuras que han tenido poder en la Argentina se lo deben, en cierto sentido, al misticismo de una arquitectura como ésta? habrá sido terrorífico ver a Eva Perón metalizada y entablada, recta y entubada, al dar un discurso a través de esas ventanas en una tarde de invierno; el mito se presenta más por su forma que por su contenido. Es como si alguien, a través de estas ventanas, atisbara al pueblo argentino: como si fueran las ventanas de la Casa rosada, antes de que existieran todas estas modernas cámaras de video en calles y bancos, por donde el gobernante mantuviera una estricta vigilancia sobre sus gobernados: como si la plaza pública que espía le diera los detalles que componen a la sociedad que gobierna, al ser los que están por fuera los otros, los miserables oprimidos y potenciales revolucionarios. La Casa rosada tiene el misticismo del Castillo de Chapultepec: son las mismas ventanas de la nobleza, son las mismas distribuciones de la jerarquía consetudinaria, los mismos colores y tapetes: son las estructuras sociales europeas quienes se insertan en los modos de gobierno latinoamericano. Esas ventanas, esas ventanas…



IV


Los astros caen, ya estoy de nuevo en la ciudad luna, en tu ciudad. Aquí, todo puede pasar. Tus calles me hablan de Walsh o de Macedonio Fernández; veo a los compañeros recorriéndolas, tal vez a Erdosain más tarde, fumando un cigarrillo; me encuentro con Bioy y Borges en sus épocas de gloria, tal vez con Pizarnik
caminando seductoramente con dos chicas rumbo al subte Boedo. Doy unos pasos más en sus calles adoquinadas y me enfrento al cementerio de la Recoleta. La lluvia está en mi frente, me recorre los codos, me atraviesa los pensamientos, lápidas y más lápidas, más bien: mausoleos y más mausoleos: minicuentos labrados en piedra con voluntad de perpetuidad. ¿Quiénes serán estas personas? el cementerio más lustroso de Buenos Aires se abre ante mí con una visión fría, nula, veo ramas, veo nombres, palabras que no tienen significado; resplandor que abruma la vista, mi tacto se alenta: te veo, no lo creo, vuelo. Te veo, estoy en Montparnasse, tengo tu tumba frente a mí, yo sé quién eres. Las gotas escurren, transitan tu nombre, me hacen pensar en tu rayuela que nunca jugué de niño. ¿Seré el ombligo del mundo? ¿soy la miel derramada? estoy en el centro de la literatura latinoamericana jugando con ella; me enfrenté furiosamente a tu voluntad sin esperar una respuesta, porque ya la conozco. ¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quia de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua… El reflejo me avienta de regreso a la realidad, una mirada y me petrifico; el ser, caminemos por los senderos más estrechos de este laberinto irracional, dejémonos de vanalidades y dejemos de ser escurridizos ante nosotros mismos. Alguien nos alienta, la voz se convierte en corridos, en un devenir erótico cuando recordamos a Quetzalcóatl, es el devenir de la impaciencia y la violencia, somos así: lo uno y lo mismo, lo otro.

La noche me trasfigura, me cobija, me protege. ‘No pasarán’ se lee en Av. de Mayo y Piedras. Agradezco mi voz porque deja entrar en tu sentir un recuerdo de algo que somos y no dejaré que termine. Tú, ciudad, yo, retazo. No soy nada, soy unas pocas palabras que te gritan: ¡canejo! ¿un cuento? ¿lo seré? me convierto en un personaje ávido de saberme en tu vocabulario, por inventarme un nombre lunfardo, por ser un oriyero del puerto, un marginal. Esto no es un testamento, no, es una necesidad. Sé tú misma, sé tú, ciudad de cielos profundos, voces reivindicativas y manos agitadas. Eres tú, yo te desconozco pero las estrellas te reconocen, te han cuidado durante tus (casi) cinco siglos; tú crees que eres la que las ves, pero es al revés. Ellas nos cuestionan y ennoblecen. Vamos a luchar juntos ante ellas.


lápida todavía espacio con … letas epfímeras odras escribir en hela, aún



V


En la biblioteca del Barco Centenera, la aletargada pasividad (el polvo acumulado por la ancianidad de sus tomos y aburrimiento de muchos de ellos) se ve subrepticiamente inundada por un maremoto de diminutos organismos espontáneos que entran en fila y se disuelven esporádicamente entre el mar de páginas y tapas expuestos en los estantes.

La ventisca de críos es finalmente controlada por su maestra, a lo que desfilan frente a mí, uno a uno, saludándome con sus pequeñas manitas ¡saludando horriblemente a su futuro inevitable!: al metamorfoseado estudiante, encasillado metodológicamente bajo teorías, muchas de ellas contenidas en los tomos aquí expuestos.

Las entidades llegan a la zona ‘infantil’ que en lo único que se diferencia del resto de las zonas ‘no infantiles’ es por el colorido de las tapas y no por el absurdo contenido que por igual la seriedad de las materias como la filosofía, derecho o antropología emanan. Sin embargo, una de ellas, no una ciencia sino una niña, se queda observándome, me mira asombrada como si se encontrara frente al tigre de Ameginho en el Museo de historia natural; me observa con unos ojos salientes como de ajolote (axolotl), profundos pero sin expresión, a lo que volteo la vista y la poso en las líneas del libro que leo. Me intimida su mirada incisiva, absolutamente honesta ¿qué he hecho yo para que una mirada sincera me moleste?

Un nuevo movimiento masivo dentro de la sala, en esta ocasión es la pantalla de la calefacción, objeto olvidado durante la mitad del año, que es el amigo más entrañable del lector indigente (aunque ahora me he dado cuenta que ni en invierno lo prenden). Empero, bajo los ojos de estos seres aparece inmenso, como una gran máquina devoradora de niños y metal por igual. Para mí, así como el calefactor, algunos libros son igual de obsoletos, son de otro tiempo, sin vinculación con la realidad que, no digamos yo, sino estos rebeldes de cinco años conocerán y leerán cuando vengan a interpretarlos diez años de esta fecha.

Finalmente, la maestra intenta reunirlos para salir de la biblioteca, durante un instante parece que se reúnen en una especie de agrupación deportiva a lo que en seguida salen despavoridos en todas direcciones riendo y gritando, simulando la anarquía necesaria para romper con la catalogación aquí esquemáticamente impuesta por un gobierno autoritario que no otorga lo suficiente como para la calefacción. Con la anarquía de los nenes es como se demuestra lo incontrolable que es el conocimiento: rompe barreras ideológicas y familiares. ¿Cómo se nos escurre entre los dedos? es fascinante la imposibilidad de controlar el pensamiento revolucionario. Además ¿cómo negar que se nos escapa entre las fisuras de nuestra memoria y miserable retención lo minúsculo que somos? bajo esta pregunta me igualo con estos críos, con estas pequeñas mentes que tienen hambre de conocimiento y que con una simple sonrisa creamos un vínculo que jamás olvidaré.

Así, la maestra, a cuenta gotas, los saca de la sala, similar a un reloj de arena que, porque ciertos granos de arena son más grandes que otros, se va trabando, se descompone porque la mente de sus discípulos es mayor que el del mismo envase: pasado y presente tienen un encuentro justo en el cuello de la botella: ¿cómo hacerle entender a la maestra que ellos ya comprendieron a la biblioteca en tan sólo instantes?

La sobriedad del silencio ahora me molesta, una vez que los nenes han abandonado este lugar regreso al mismo sopor, como si el tiempo se hubiera vuelto a estabilizar una década atrás, me siento viejo. Ahora mi tiempo lo rige el tic tac del reloj peronista. Pasan las horas y el tiempo es como el respiro de los libros: el pasar las hojas, una a una, ese sonido tan característico del papel cuando una mano humana lo recorre, es como el viento en el tobillo de un zapato, como cuando el agua del mate está a punto de hervir; es como una bella palabra susurrada al oído, como el aliento momentáneo de la persona que deseas sin saberlo y que en el momento lo reconoces. Es el transcurso de un lector por las hojas de los libros leídos, es el recorrido de los libros por las manos de un lector experimentado, envejecido; precisamente como en el que ahora me convierto al consolarme con unos centenares de hojas amarillentas por el uso y el tiempo, hojas de las cuales tomo el aroma y sonido así como sus letras, páginas por las cuales he viajado y, ahora, confortablemente, leo.

Afuera, en la misma ciudad, en el mismo Buenos Aires, formulaban preguntas constantes, buscaban en su espíritu la razón de su existencia, compartían con la noche las hambrunas diarias y fortalecían la creatividad innovadora del progreso intelectual. Cada seis días los avatares se concentran alrededor de su templo y, luego, Plaza Italia. La juventud CTA capital escrachea contra los despidos de 2 300 trabajadores, mientras que el rostro del gobernante, Macri, un reaccionario de cepa del novecientos se simboliza con un pequeño bigotillo nazi hitleriano. Con ello, dejan que el sonido de las luciérnagas iluminara sus espíritus para, así, continuar con la búsqueda de una idea inalcanzable: para mí, un beso. Las luciérnagas, voceras de la naturaleza nocturna, les cantaban su destino indescifrable, conmoviéndolos con luces de paz y fortaleza brindada en una copa para destruir el orden de su comunidad.



VI


Parque Lezama, Buenos Aires, Capital Federal… Me es difícil hablar ya de manera externa sobre esta ciudad. Las personas que he conocido en ella así como las situaciones vividas me impiden ser un cronista más y me convierten en un protagonista. De eso se tratarán los siguientes capítulos aún no escritos. Se ha convertido en una ciudad nebulosa, intrigante, sus sombras aparecen en cada rincón, sus palabras me siguen en las veredas, el respiro de sus pobladores todavía no ha terminado por ser exhalado de mi inspiración. Me he envuelto en su plan artístico, me he dejado tropezar a través de sus veleros que recorren el río, por sus clarinetes nocturnos y sus árboles que muestran las máscaras del atardecer. La pasión de una cultura latinoamericana que renueva sus prejuicios. He encontrado la mirada más sincera sin poder descifrarla, las manos más intranquilas al igual que los amaneceres entre las páginas de un libro llevado por el viento. En fin, el estudio me permite escribir; viajaré para hablar en mi lengua ante los argentinos -que hablan un castellano otro-; mi lengua que solamente pertenece en estos momentos de soledad a mí, a mis letras y libros: el umbral es la puerta de mi habitación, más allá de ella mi lengua se transfigura; con algunos es incomprensible, con otros es perceptible; con una de ellos es hermanada pero con los más es extranjera.


¿Será que en realidad nos reproducimos?

O más bien es todo una superposición de letras taras letras.

De bovrdm vioces tras fvoces, voces tras voces…

De Ekiguarbis ynis a kos otros, elogiarnos unos a los otros.

2-08-08

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