17/2/09

Comentario botánico a 'Bestiario de seres prodigiosos' de René Avilés Fabila

Avilés Fabila disecciona los sueños como el Dr. Farabeuf a sus víctimas: los recompone amorfamente suturando a la palabra enramada en las comisuras de las ideas. Los tejidos de la mente se canibalizan en la visión de un hombre dispuesto en la tabla de mármol de una morgue, en tanto la literatura dispone de los miembros, carnes y pelaje de sus hombre-bestia idealizados en las naturalezas mundiales. Como el Dr. Moreau, los Seres Prodigiosos de Avilés Fabila se componen de ficción humana que se hacen realidad cuando su literatura sobrepasa las costumbres; ésta tiene por herencia la realidad latinoamericana, fuente de la fagocitación que brota de la imaginación narrativa.

Rompe con bestiarios tan mitológicamente objetivos como el de Apollinaire, quien los utiliza poéticamente en el amor, la política o la estética; o el de Borges, que se apega a las fuentes de la mitología clásica para definir a sus bestias. Pero, al mismo tiempo, se une a ellos para crear una linealidad histórico-literaria que mantiene al mito como elemento renovador de la imaginación humana, sin dar cuenta de la historia contextual por la que se atraviese.

El verdadero zoológico, en Avilés, es humano. La cantina ofrecería una visión igualmente grotesca a la presentada en seres prodigiosos, visión en la cual desde la barra se atienden los sueños y necedades del vicio del hombre. La contradicción es el eje de la narración, es la burla y degradación de los mitos de la tradición: esencia de una escritura burlesca ingeniosa. Es el caso de la tan traumática imagen de la esfinge que tiene Borges en su cuento Ragnarök, y que en Avilés termina siendo un entretenimiento para los niños en los fines de semana. La literatura se convierte en la barrera contra la prohibición y el desconsuelo. Con las bestias se escribe para re-vivir, para re-inventar los mitos. Así, mientras Apollinaire dice que el canto de las sirenas es su mismo canto de dolor, y que él como el mar lo sufre:

¿Sé de dónde proviene, sirenas, vuestra pena,

Cuando en el mar, de noche, soltáis vuestros lamentos?

Soy como tú, mar, lleno de voces maquinadas,

Y se llaman los años mis navíos cantantes.

las sirenas

Avilés las emparenta con las amazonas, quienes utilizan al sexo masculino para reproducirse y luego alimentarse. Quienes, al ser vencidas por Ulises, Jasón y Orfeo, se han recluido a un espacio menor dentro de la memoria mitológica por haber sido superado el miedo que sobre ellas recaía. Sin embargo, el mito de las sirenas sigue siendo uno de los que mantienen una presencia mayor en la cultura moderna. No es en vano que Apollinaire diga que el malestar de la existencia del ser humano es similar al maremoto de las voces que se escuchan con la luna; las sirenas siempre serán una visión femenina de lo salvaje, de la naturaleza opuesta a la cultura humana, de lo otro; por ello, es fácil entender que atraiga de tal manera y a tal cantidad de lectores.

El literato se autonombraría circense, bestia amorfa de proporciones inimaginables que por medio de la palabra lo convierte en su susurro imperecedero y, como el fénix, el regreso al origen es una constante lucha: la reminiscencia contra el olvido de la inmediatez –puntualmente cada 100 años-. El autor, como una de sus creaciones, utiliza la palabra para darse forma, y a las ilustraciones ‘cuevarias’ para delinearse junto a los demás, para utilizarlas de espejo borgiano en busca de un igual, de un Bioy Casares. “Soy el rumor popular de la existencia reflejada –se diría a sí mismo el autor-, ciencia y arte fusionada por la memoria irreparable de lo medieval”. Creadora de animales necesariamente de origen mexicano con dos categorías unidas: la mítica y la fantástica. “Mitos o verdades –seguiría cantando el autor-, soy el hábito entre los recuerdos y me alimento de tus sueños y pesadillas”: como es el caso de la cencóatl que, según Avilés, habita en el altiplano nacional en búsqueda de las mujeres que amamantan: “adormece a la madre fijando los ojos verdosos en su mirada aterrada, y en seguida se prende del seno para beberse la leche. Mientras se alimenta, la culebra ofrece la cola al niño”. Es clara la relación de dicha serpiente con la mitología indígena del altiplano que relaciona a los abortos, desnutriciones y muertes prematuras de madres e hijos con animales fantásticos que habitan los bosques.

Las ilustraciones proporcionadas por José Luis Cuevas unen lo humano y lo bestial, que se convierte en situación irreal habitable en la imaginación de los espejos de Borges. Es el suicidio en el ruedo del ser humano y del minotauro; el juego con la muerte como entretenimiento ficticio. Así, tomemos como ejemplo al mirmecoleón: es un animal con el frente de un león y el trasero de una hormiga; Borges se interna en la etimología de dicha palabra para terminar con una cita en la que describe la incapacidad de la bestia imaginaria de satisfacer sus instintos dobles: “así conformado, no puede comer carne, como el padre, ni hierbas, como la madre; por consiguiente, muere”, con ello, le da su característica de espejo al dualizar necesidades fisiológicas contrarias. Por el otro lado, Avilés enfatiza las cualidades irrisibles del mirmecoleón para resaltar la inutilidad humana al gastar su tiempo observándolo en un zoológico: la bestia “en su intento por reaccionar individualmente, se desespera, ruge, se agita, sufre convulsiones, pero la división nunca llega y triunfa el todo, para nada más ser Mirmecoleón”. Así, Avilés utiliza no a las partes físicas del animal como espejo sino que es la reja en el zoológico la que hace las veces de aquél. Se zoologiza al hombre que busca encontrarse como individuo, pero al no conseguirlo grita y se desespera para lograr lo que solamente puede: ser él mismo en su existencia irremediable.

Otro elemento es la autodestrucción política, que se relaciona con la mitología en la lectura de Bestiario de Seres Prodigiosos en sus dos ediciones -1997 en México y 2001 en España-, al vislumbrarse un esbozo del socialismo imaginado como gran movimiento renovador que petrificó el tiempo y la historia, en contradicción con la democracia, que petrifica a los ciudadanos, ahora ausentes y apáticos. Las góngoras y su poder de convertir en piedra a quien las mire a los ojos, son vistas por Avilés como seres burocráticos que han infectado al sistema de partido y que han excretado la visión doctrinaria de la personalidad del líder: “las Naciones Unidas sesionan desde ese mismo momento y temen que, antes de encontrar una solución adecuada al problema, algún gorgonista petrifique a todos los habitantes de un país –república de preferencia- para realizar una obra monumental que bien podría denominarse Democracia”. Por otro lado, Appollinaire utiliza a los leones como la imagen viva del apaciguamiento de la naturaleza ante la burguesía occidental: “¡Oh león, funesto trasunto / De los destronados monarcas, / Ahora sólo naces en jaulas / Entre alemanes, en Hamburgo!”. Con ello, críticos los dos al sistema capitalista, utilizan a las bestias para definir el carácter humano, reivindicador en el socialismo.


Las mujeres son identificadas también en la personalidad de los seres imaginarios, quienes topan con nuestra ilusión y terminan por ser rechazadas después de su idealización anterior o conocimiento carnal:

La serpiente falo es una rara especie que habita en las regiones selváticas del sureste. Por las noches se introduce en las chozas y busca a las mujeres solitarias. Se desliza eróticamente entre sus muslos, las penetra y con delicadeza o furia, según el caso, les hace el amor provocando un maravilloso orgasmo a las que aún despiertas no atinan a evitar la rápida y eficaz penetración del ofidio. Entonces, terminando el acto sexual, sale de nuevo a la selva y se acurruca entre la vegetación en espera de la noche. Para fortuna de las mujeres, la serpiente es estéril.

la serpiente falo

Así, la serpiente es identificada con la capacidad masculina de provocar placer sin comprometerse posteriormente, pero estrechamente unida al mito deleitable del orgasmo femenino, que le da autosuficiencia orgullosa de no reclamarle a su ‘hombre’ por su posición igualitaria. El sarcasmo misógino termina por provocarnos la pregunta de cuál de los dos entes será realmente la bestia. De igual manera se denota la cercanía de la serpiente con la salamandra, que en el Manual de zoología fantástica de Borges, utiliza a Plinio para decir de ella: “es tan fría que apaga el fuego con su mero contacto”; pero al mismo tiempo son tan calientes que se ven “jugar en el fuego” o que “habita en lo interior del fuego en las fundiciones de Chipre”; todos estos, elementos con que se caracteriza a la mujer latinoamericana.


La literatura y lo sexual son los únicos procesos que divinizan al ser humano, convirtiéndolo en prodigioso ser deforme dependiente de los símbolos y de la piel; en espécimen por demás extraordinario del bestiario de las ideas.
La literatura es en este libro el alimento interiorizado, complemento necesario de actos tan soberbios como el orgasmo, y génesis de la reproducción humana que irónicamente se originan en los sentidos animales.

noviembre 2007
Arte de José Luis Cuevas, artista plástico chilango

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