14/11/15

Tianguis La Libertad


La colonia La Libertad es una de las más antiguas de Tijuana. Comenzada como asentamiento, se ha extendido en una barranca que mira por lo alto hacia Lomas Taurinas y, más allá, a la frontera. Aquí, al norte de la ciudad, es donde cada sábado se pone el tianguis La Libertad, que va por numerosas calles a uno y otro lados de la Calzada del Tecnológico.

Para llegar al tianguis, salgo de la casita y con sólo mirar hacia arriba, ya puedo ver el característico color rosa o azul de los puestos; camino una calle empinada a la orilla de esa barranca, que me sube hasta la Calzada e inmediatamente ya comienza.

A primera vista parece como cualquier otro tianguis mexicano, pero sus particularidades saltan después de visitarlo semana a semana. Como en el resto, hay puestos que venden verduras, frutas y carne; puestos para comer, especialmente birria al estilo de aquí o tiras de pescado frito, que se consume rápidamente en las mañanas. Hay numerosos puestos de aguas frescas y de la gringa pizza. Pero sobre todo hay carritos que venden comida preparada y la entregan en bolsas transparentes para comerse con cuchara de plástico: pollo con picante, tamal, menudo, plátanos con algún tipo de dulce, burritos norteños... Quizá por eso me recuerda tanto a los tianguis de El Alto boliviano.

Vista desde el tianguis hacia el inicio de Lomas Taurinas y más allá...


Lo que destaca es la cantidad de puestos con cualquier tipo de mercancía traída del otro lado. Uno de cada tres puestos es de alguna familia que pone un plástico en el piso y, encima, ofrece por la mitad de su costo aquello que han acumulado que los gringos desechan. Ropa y juguetes hay por miles, camiones y camiones son descargados cada sábado con todo tipo de prendas o juegos, los cuales cada tarde son levantados en tremendas cajas de plástico para encontrar compradores otro día.

Pero no sólo eso, sino desde salas completas, electrodomésticos, motos, todo tipo de camas, computadoras y mascotas deportadas, se encuentran en este tianguis. Un mercado informal vastísimo de mercancías de segunda mano y piratería que habla más del desempleo que existe en el país, que del oportunismo de los vendedores o de la "ilegalidad y oscuridad" de su procedencia.



Todo aquello que el consumismo pequeño-burgués del norteamericano deshecha, aquí lo encontramos: cientos de equipos para ejercitarse, aparatos para bajar de peso, balones y pelotas; cualquier cantidad de máquinas para procesar la comida, de todos tipos y colores; tenis deportivos de las trasnacionales, usados en una o dos ocasiones; cantidades inimaginables de cremas, shampoo, tintes de pelo, jabones y medicamentos que prometen la belleza occidentalizada. Sillas para jardín, para patio, para sala, para comedor, para cocina, para pórtico, para azotea.

Asadores de carne, ventiladores, calefactores, televisiones, teléfonos celulares. Toda la comodidad del estatus quo desechada, rejuntada; toda la flacidez mental de occidente y su sistema de producción, revendida, sin valor de uso, sólo de cambio.

Por supuesto se puede pagar en pesos o en dólares. La moneda imperial, como si el mismo tianguis le quitara legitimidad en su suelo de terracería, vale entre 80 centavos y 1 peso menos que en las casas de cambio (y eso es ya un decir, porque las casas de cambio del narco dan el dólar ya unos 60 o 70 centavos más barato que en cualquier otra región de México). Aquí lo que importa es el movimiento, que la avalancha de mercancías que se desechan allá, continúen cruzando la frontera para tener mayor espacio en qué gastar de nuevo. El movimiento es lo único que genera capital, sabemos.


Y aquí la vida se respira así, como en un umbral entre norte y sur: los hombros de América Latina.

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