4/3/09

Postrimerías del Bar Yrigoyen

Me he visto de anciano.

El Bar Yrigoyen está colmado de personajes. En una esquina de la Plaza Congreso se ven las mesas que casi alcanzan a la biblioteca del Congreso.

La barata cerveza y la cantidad de mujeres que asisten atraen los fines de semana a un público bebedor considerable. Las pizzas y la cerveza fluyen abundantemente mientras en la barra ocurren todo tipo de sucesos argentinos y no sólo rioplantenses. Por el contrario, los días de la semana el bar es un lugar de nostálgicos, solitarios, literatos, bohemios de la más interesante calaña.

En las tres mesas del costado nos sentamos quienes bebemos cerveza y la combinamos con la escritura, o el tabaco, o la lectura y la meditación que el alcohol permite. En las mesas centrales por lo general discurren grupos de mujeres u hombres ruidosos, músicos muchos de ellos; de vez en cuando un grupo de brasileños que vienen porque se sirve la cerveza brasileña: Brahma; misma que acostumbro a beber yo.

El bar ha sufrido una serie de transformaciones desde que me he encontrado ya desde meses atrás aquí cada semana para platicar con Josefa. Lo que en su momento era un baño de bar pueblerino se ha convertido en un lustroso migitorio automático y moderno; las paredes, una vez tapizadas de fotografías sepia de los ídolos porteños de décadas atrás, ahora se encuentran recién pintadas a tres colores y con un proyector de luces argentíneas.

Como alguna vez lo platiqué con Posua, a cada bar que descubrimos se hace novedoso y termina por perder su encanto. El Bar Yrigoyen está ahora ausente, es otro; sin embargo, la transformación acontece solamente los fines de semana. Son largas hileras de mesas que se abarrotan lo viernes y sábados. En cambio, el resto de días desaparecen de la vereda, encirculando la transformación en un bar común y corriente.

Es entonces cuando acontecen los hechos. Es fuera de los fines de semana cuando los personajes del bar, regresamos a beber y vivir. Surgimos de entre las esquinas del centro de Buenos Aires y, cotidianamente, nos topamos en este bar que se encuadra justo donde Arlt escribiera su última novela: El amor brujo. Con este halo de misterio libidinoso es que nos encontramos aquí; personajes surgidos del mundo arlteano como rufianes melancólicos en la búsqueda de miradas que lamer y de copas por beber.

Así como cuando en las playas de Oaxaca, en verano vacías, los personajes chacahuenses aparecían ante nosotros, a diferencia de otras épocas cuando se escondían ante los ojos de la muchedumbre turista. Así es como transcurre la dinámica amorosa en este bar. Es como si estuvieramos en escena cuando son los días de la semana; el bar cobra vida ante nosotros. Cada uno nos representamos en docenas de maneras: a veces como lo que sí somos, otras como rufianes, tal vez como pintores, escultores, libreros, tapiceros u obreros. En realidad somos lo que cada noche traiga el viento; eso sí, noche tras noche no dejamos de representarnos como borrachos. Aquí las empanadas, la cerveza y la política no escasean. Fluyen con las palabras, las discusiones y los posicionamientos sociales.

Ahora quiero hablarles sobre uno de estos personajes; aquél que acude cada noche a platicar con nosotros. Es uno de ellos, de nosotros.

Malysz es un particular. Malysz es un viejo solitario de largas barbas y cabello canoso a los hombros. Cada vez llega silencioso pasada la medianoche con un cigarrillo light sin encender entre los dedos, se sienta en la mesa más alejada del salón y bebe vino blanco con agua: el vino en una copa alta que se acompaña por un vaso highball de agua muy fría. Se sienta de espaldas a la pared, con las esqueléticas piernas cruzadas y meseándose los bigotes. Sus flacos brazos encienden el cigarrillo con una larga y delicada flama de su encendedor. Fuma, apacible, su Melbour light, dándole pequeños tragos a su copa de vino blanco que rellena de tanto en tanto con agua fresca.

Le gusta observar antes de aventurar una opinión. Reposa sus pies y mente, y, cuando la tercer copa de vino ha sido vaciada, comienzan a fluir las frases. Primero lo hace para él mismo, que habla solo, que prepara los enunciados que comentará después con nosotros. No me fue simple descubrir su maña, tuvo que ser un martes al amanecer, cuando solamente quedábamos él y yo en pie; momento en que me comentó su fobia que, con acento argentino, nombró: "sho no he hablado solo desde que ustedes vienen a este bodegón; vos sos joven, en unos años harás lo mismo que sho. Sólo preparate, sho lo hago, cada frase la pienso antes, solo, loco, como vos decís".


Pero bueno, cada vez entona mejor y más alto las frases. Malysz cada vez pronuncia más fuerte, con más fuerza, hasta que se levanta de su alejada mesa y, sin dejar que del cigarrillo se caiga la ceniza, jala una silla a la nuestra y se incorpora a la de por sí ya alebrestada conversación. Aporta detalles históricos, siempre puntualizando nuestras anacronías argumentativas.

Josefa (personaje y correctora) parce haberle agarrado cierto cariño y me obliga, una vez que el resto de los borrachos ya se han ido, a acompañar a Malysz a su cuarto de pensión. Caminamos, entonces, las ocho cuadras hasta su húmeda pieza entre tropezones, risas y tragos de vodka seco. Su risa es como de ultratumba, se origina en unos pulmones demasiado agotados por el tabaco barato y el vino moscato; y resurge retumbando en su torax haciendo eco en los altos edificios de Talcahuano y Salta: esquina destino para el viejo, hogar irremplazable en la planta baja.

Su pieza tiene puertas corredizas desde donde la luz del amanecer penetra, tocando el delicado cuerpo de este hombre que tiene ya suficientes inviernos en sus huesos... Nos despedimos, le dejo el resto de mi atado de cigarrillos y me encamino de vuelta a Santiago del Estero, doblando siempre por las esquinas de Chile o México, rumbo al descanso de otro atardecer...




diciembre 08

4 comentarios:

  1. hola es el q tiene una carpa roja en la vereda ????????

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  2. si es ese bar!!!

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  3. yo descubri el bar ese el año pasado. ta tremendo.

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  4. hola y ahora esta bueno el bar?

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