3/3/09

Más al sur: Mar del Plata



I


 
Somos comunidades sociales en movimiento rumbo a otro destino. Todo hace el amor con el silencio. Me habían prometido un silencio como un fuego, una casa de silencio. Un omnibus con investigadores de la UBA salimos de la ciudad porteña para arribar a Mar del Plata. ¿La ocasión? jornadas de movimientos sociales; es decir, discusión.

Una especie de anaranjado rodea la noche porteña, los redondos faroles nos acompañan lado a lado. Un zorro nos sigue, dicen que rojinegro, eso no lo sé.

Cierto día se hallaba el zorro fabricando un lazo, y tan empeñado estaba en su trabajo que no vio la presencia del tío tigre, y terminó su labor. Le preguntó tío tigre:
-¡Hola, sobrino! ¿Qué estás haciendo?
-Nada, tío; por terminar este lazo, pero no sé con quién probarlo... Si usted, tan bueno, quisiera...
-Pero, sobrino, ¿cómo te atreves a tu tío?
-No sea así, tío, siempre tan bueno.
Lo cierto que ante la insistencia del zorro, tío tigre se ofreció. El zorro, disimulando su alegría, enlazó fuertemente al tigre y después de asegurarlo bien a un poste, comenzó a darle leña.
Tío tigre, furioso, le dijo:
-¿Qué haces, sobrino?
-Nada, tío; estoy probando el lazo.
El zorro y el tigre (Bella Vista, Bahía Blanca, Buenos Aires)


Son pocos los silencios que se notan, son intersticios que zigzagean entre las ventanas. Argentina es un país relleno de alimento oral: los coloridos que los tzotziles despliegan en sus mantas, el argentino los tiene en el lenguaje, en el diálogo. Son líneas interminables las calles de esta ciudad: materialmente ideadas para su continuidad a partir del diseño colonial del tablero de ajedrez. Son como el Río de la Plata. El afluente lleva calor, lleva corrientes hasta Mar del Plata.

Llegaremos en unas cuantas horas, fluyendo por tierras argentinas, mirando de reojo el transcurrir del afluente del río. El agua que brota en el Amazonas, que lleva luego el Paraná y hasta el del Plata. AU. La Plata es la señalización que nos marca el arranque. Paso por el aromo y el sueño interrumpido de su habitante soñadora. Dejo atrás las ya conocidas bibliotecas, recientemente leídas, para entrar en novedosos pórticos de la lectura. Subimos a un periférico segundo piso porteño que se encamina hacia el sur, hacia el norte, noroeste y noreste. Sextuplica la distancia del mexicano, atraviesa las villas miseria a partir de Avellaneda. De pronto, el paisaje se convierte en Tepepan, los mismos complejos de tabique sin resanar, las mismas antenas de televisión abierta que surcan los cielos oscuros; las mismas ventanas encortinadas sin vidrio, espontáneos focos amarillosos o tendederos en las azoteas, casas geo derruidas.

El mate al interior del camión empieza a cambiar de manos, lo ceban y lo comparten. Son cerca de ocho pocillos que dan la vuelta una y otra vez en cada piso del omnibus. Las bombillas son gentilmente incrustadas para no machacar el mate húmedo que será absorido por tantos labios revolucionarios. Cada argentin@ sorbe de las bombillas el mate no azucarado entre palabras y risas. En medio de ellos, un mexicano lo comparte, bebe la tan cotidiana yerba mate con unos cuantos biscochuelos. Uno, dos o hasta tres sorbidos son suficientes para lavar esta yerba que tiene gusto a la esencia de la lucha, a húmeda selva guerrillera, a ancentral infusión gauchesca. A ella, el uruguayo Galeano le escribe:

La luna se moría de ganas de pisar la tierra. Quería probar las frutas y bañarse en algún río. Gracias a las nubes, pudo bajar. Desde la puesta del sol hasta el alba, las nubes cubrieron el cielo para que nadie advirtiera que la luna faltaba. Fue una maravilla la noche en la tierra. La luna paseó por la selva del alto Paraná, conoció misteriosos aromas y sabores y nadó largamente en el río. Un viejo labrador la salvó dos veces. Cuando el jaguar iba a clavar sus dientes en el cuello de la luna, el viejo degolló a la fiera con su cuchillo; y cuando la luna tuvo hambre, la llevó a su casa. "Te ofrecemos nuestra pobreza", dijo la mujer del labrador, y le dio unas tortillas de maíz.

A la noche siguiente, desde el cielo, la luna se asomó a la casa de sus amigos. El viejo labrador había construido su choza en un claro de la selva, muy lejos de las aldeas. Allí vivía, como en un exilio, con su mujer y su hija.

La luna descubrió que en aquella casa no quedaba nada que comer. Para ella habían sido las últimas tortillas de maíz. Entonces iluminó el lugar con la mejor de sus luces y pidió a las nubes que dejasen caer, alrededor de la choza, una llovizna muy especial.

Al amanecer, en esa tierra habían brotado unos árboles desconocidos. Entre el verde oscuro de las hojas, asomaban las flores blancas.

Jamás murió la hija del viejo labrador. Ella es la dueña de la yerba mate y anda por el mundo ofreciéndola a los demás. La yerba mate despierta a los dormidos, corrige a los haraganes y hace hermanas a las gentes que no se conocen.

Somos cincuenta latinoamericanos, próximos intelectuales para debatir las ideas, trabajarlas, criticarlas. Pasamos por Quilmes. Ciudad cervecera, el aroma a cebada impregna el ambiente. Recuerda a mate y cerveza, café y mole.

Corre ahora el mate sin polvo, es yerba uruguaya, de la mejor; "¡no!, ¡no uruguaya sino uruguasha!" -me dicen-. Lo intento varias veces sin lograrlo: "Uruguayya, uruguaia, uruguahia, uruguaxha". El mate no se agota pero el agua ya se ha enfriado, cebarlo en esas condiciones no agrada ni a un extranjero; se cierran los termos y se guardan los pocillos. "¡No! ¡no pocillos sino pocishos!" -insisten en mi pronunciación hispanizada-. "Pociyos, pocihios, pocixhios". No, no puedo, se me imposibilita el porteño.

Cada vez la noche es más oscura, las luces de la ciudad se han apagado, irradian solamente en nuestra memoria. Estas son las noches del sur, del trópico de capricornio, más allá del ecuador, más allá de la vespuciana cruz del sur; son las noches en el extremo opuesto del imperialismo yanqui, hacia abajo del capitalismo y hacia la izquierda de la racionalidad burguesa. Es en estas noches donde el mapa se da vuelta, donde el centro deja de serlo para focalizarnos en sus periferias. Somos las partes de una falsa totalidad. Son estas noches, en pos de la madrugada, donde nos defendemos y rebelamos.
El viento antártico se cuela entra nuestros huesos, es viento renovador. Es la tercer noche de esta naciente primavera septembrina. Es en ella donde digo con Pizarnik: es como ir entre muros que se acercan y al final se junta.

Es una melodía plañidera, una luz lila, una inminencia sin destinatario. Veo la melodía. Presencia de una luz anaranjada. Sin tu mirada no voy a saber vivir, también esto es seguro. Te suscito, te resucito. Y me dijo que saliera al viento y fuera de casa en casa preguntando si estaba.


II

Hemos intentado hacernos perdonar lo que no hicimos, las ofensas fantásticas, las culpas fantasmas. Por bruma, por nadie, por sombras, hemos expiado.

Lo que quiero es honorar a la poseedora de mi sombra: la que sutrae de la nada nombres y figuras.

En una imprevista parada brota de la oscuridad un antiguo galpón convertido en proveedor de nafta. El omnibus se detiene y caminamos hacia su interior climatizado. Es como un andén de trenes y exhibe todo tipo de rarezas marplatenses: cabezas de animales selváticos disecadas, alfajores de mil tipos y colores: rellenos de dulce de leche, de chocolate, vainilla, coco, y tantos otros acompañamientos que se me pierden en sus lunfardismos. Más alla, un estanque. Un pequeño oasis a la mitad del galpón, extrañamiento. Entre sombras y luces blancas, me recuerda a Puig y su mujer araña, su mujer pantera escondida en los parques; deseo doble, fiereza animal y placer sexual. Es un estanque incrustado de rocas, vegetación paraguaya, una pequeña cascada y peces japoneses de múltiples colores. Este lugar es una escena camusiana, pero ni siquiera el psicópata extranjero contempló algo similar.

Subrepticiamente por encima de mi cabeza algo vuela. Recorre el extremo lateral del galpón, se detiene por unos instantes en el borde de una silla metálica, hasta que se posa en la rama más alta del verdeo del estanque. ¡Es un pájaro nocturno!, no precisamente es el cuento del uruguayo Onetti, ni el obsceno pájaro de la noche del chileno Donoso, ni siquiera la común golondrina europea o el excéntrico cenzontle mexicano. Es un amazónico Auju. Nada agraciado, el sujeto en cuestión vuela hasta el piso, toma en su pico una envoltura de celofán de cigarrillos y la remite a su hogar, en medio de ese amazonas miniaturizado en la carretera.

De regreso al camino, pasan las horas.


III

Por la blanda arena que lame el mar. Su pequeña huella no vuelve más. Un sendero solo de pena y silencio llegó. Hasta el agua profunda. Un sendero solo de penas mudas llegó. Hasta la espuma.

Mar del Plata, playas en las que Alfonsina y el mar se vincularon para la eternidad. Lugar donde Alfonsina Storni, la poetisa argentina, decidió una noche de 1938 entrar al mar para no regresar más.

Sabe dios qué angustia te acompañó. Qué dolores viejos calló tu voz. Para recostarte arrullada en el canto de las, caracolas marinas. La canción que canta en el fondo oscuro del mar. La caracola.

Y Alfonsina recita en 1919:

Oh mar, enorme mar, corazón de fierro
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
"Piedad, piedad para el que más ofenda".
Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.


IV

Mar del Plata nos recibió con una espesa bruma que se mantuvo callejera hasta pasadas las 9 am.

El barrio de la Universidad Nacional de Mar del Plata la rodea siguiendo las vías férreas; mismas que llevan a Villa Gessel, aquél lugar soñado de bosques y dunas. Es espesa la universidad, deconstruida sobre ella misma. Múltiples accesos vidreados, similares a la facultad de económicas de la UNAM, sí, aquélla de las caguamas y los baños mixtos. Son pequeñas sus bibliotecas, que alinean sus estanterías al lado de los laboratorios químicos; unos flameables, otras revoltosas.

De las calles desérticas al amanecer y entregadas a los entes y lechuzas, los marplatenses comienzan a salir, unos caminan sosegados y orinan en los árboles; otros, los más, apuran el paso para alcanzar los colectivos. Las plazas permanecen entre la bruma, al parecer la primavera no ha llegado todavía; los árboles, desnudos, enfrentan su quietud estóicamente en la tierra.

Pierdo mis pasos, me retraigo. Una calle sin continuación, callejón boscoso sin salida. La humedad moja mis barbas y congela algunas gotas de rocío, endureciéndola; tan sólo mi caliente aliento la libra del agua matutina. Rodeo el enrejado que excluye mis pasos de esa estructura tan llamativa: aparenta un puente en un otrora río, es un antiguo desnivelado por donde transcurre un invisible río de viento. No hay tal. Ante la ausencia funcional, construído sobre el puente, hay una especie de casa-habitación de dos pisos con grandes ventanales que permiten a la vista atravesarla. Los ventanales, empapados, esconden en su interior un probable estudio de arte e instalación, perfecto para un escultor o un poeta. Tal vez ahí dentro, entre roces de piel y desnudos inmateriales, dialogan los restos de Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik. Alcanzo a verlas en cada esquina de la amplia habitación, posando una a la otra:

S: El día que te acerques / Vendrán mujeres muchas, / Vendrán morenas bellas / y vendrán dulces rubias

P: si yo me atrevo / a mirar y a decir / es por su sombra / unida tan suave / a mi nombre / allá lejos / en la lluvia / en mi memoria

S: Ten paciencia, mujer que eres oscura: / Algún día la Forma Destructora / Que todo lo devora / Borrará mi figura

P: no me entregues, / tristísima medianoche, / al impuro mediodía blanco
P: allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda?

S: Andas por esos mundos como yo; no me digas / Que no existes, existes, nos hemos de encontrar; / No nos conoceremos, disfrazados y torpes, / Por los anchos caminos echaremos a andar.

P: Esta espectral textura de la oscuridad, esta melodía en los huesos, este soplo de silencios diversos, este ir abajo por abajo, esta galería oscura, oscura, este hundirse sin hundirse. / ¿Qué estoy diciendo? Está oscuro y quiero entrar. No sé qué más decir. (Yo no quiero decir, yo quiero entrar.) El dolor de los huesos, el lenguaje roto a palabras, poco a poco reconstruir el diafragma de la irrealidad.

S: Parece que una voz que descendiera / Del limpio azul desdeñadora, / Riendo de su daño les dijera: / -¡Oidme ahora!

Repentinamente, ambas voltean hacia donde yo me encuentro. Han escuchado mis pensamientos. Puedo ver que sus rostros envejecidos no han perdido la belleza de la muerte. Rodeo a toda velocidad el cercado, son tan sólo veinte pasos que me alejan de ellas, sin embargo, un abismo nos separa: no hay manera de disminuir la distancia. Resignado, al dar vuelta, siento el viento en mi espalda y prosigo con mi búsqueda hacia la nada.


V

Sin techo o conocidos, la ciudad ofrece sus veredas para descansar. Desde aquí se ven diferentes las calles. Es otra perspectiva para observar esta ciudad de pelirrojos; es una propuesta epistémica que combina la soledad comunitaria y el pensamiento indigenista con un giro decolonial y la crítica al eurocentrismo. ¿Qué pasa cuando te alejas del poder? cuando te propones estar con quienes más alejados de él están. ¿Cómo se construye la realidad desde y de aquí?

Aún más al sur se respira marginalidad. El alejamiento de las metrópolis permite una perspectiva otra. Alejados de las capitales los pobladores de 'Mardel' se sumergen en marginalidad que se hace patente a través de las dinámicas culturales. ¿Será así como el centro-imperio ve a sus periferias mundiales?La vida nos atraviesa, todos caemos bajo tierra y muchos de nuestros respiros no son registrados. El viajero francés que conocí hace algunas semanas acarrea el pensamiento de 'las luces'. Establece que el capitalismo y la opresión es culpa del oprimido, del que se deja oprimir; que es culpa de su humanidad inferior, casi bestial. Desde aquí, desde la calle, es otra perspectiva. No hay tal bestialidad diferenciadora, la bestialidad la tenemos todos, sin embargo, el capital es el que aliena a los burgueses del centro (y de la periferia), es el que provoca esas argumentaciones racistas.

Comerciantes, vendedores, ideales pequeño burgueses en hogares recien construidos. Trabajadores de la ciudad, obreros, electricistas, motociclistas, bicicleteros, realidades proletarias del trabajo explotador. Todo tipo de transportes. Muchos ancianos, jubilados; geriátricos por doquier. Se sabe que se pasa frente a un geriátrico cuando se sienten las varias docenas de miradas de los ancianos observando lo que ocurre en la calle.

Mar del Plata es un espacio de transición, de transformación: al estar no se permanece. Es un umbral que se transita a pasos diminutos; el tiempo relativiza su partir. Los cambios son extremadamente sensibles: se siente al primer instante pero tarda tiempo en ocurrir. Son semanas de atosigamiento, de un permamente descubrir lugares y sentimientos.

Caer hasta tocar fondo último, desolado, hecho de un viejo silenciar y de figuras que dicen y repiten algo que me alude, no comprendo qué, nunca comprendo, nadie comprende...

Por eso hay en mis noches voces en mis huesos...

Es preciso conocer este lugar de metamorfosis para comprender por qué me duelo de una manera tan complicada.


VI

Así es el Atlántico en su punta sur, fuera del golfo de México y el Caribe. Es profuso, desnudo, frío. Los latinoamericanos son quienes lo calientan ante la bruma que reaparece a mediodía y se retira hasta después de las tres de la tarde. Es bruma austral, de hielos eternos, que resquebraja los vidrios del parque de ciencias naturales y curte los rostros de los mexicanos citadinos, asemejándolos a marineros argentíferos magallanescos. El rostro se endurece y la barba se cierra. Las manos se hacen flacas, venosas, rojizas, no fuertes pero sí resistentes, como un cabo de prao; sus huesos truenan como hace seis años los escuché en alguna ensoñación.

Sonrisa deslumbrante, más allá del marplantense. Sonrisa reincidente que buscó un fallido encuentro. Dos días a pie nos distancian; fugaz, repentina sonrisa selvática; guerrillera sureña de delicados dedos. Cultivadora de café y dulces risas, del amanecer acalorado y pies fatigados. Como carta de relación te llevaré por el mundo, tu sonrisa por el continente, en las revueltas que vendrán. Es el recuerdo del oleaje por la muerte de Storni, en esta ciudad del recienvenido y el mar:

Alfonsina, con su soledad...
septiembre 08sep 08

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