25/5/09

Cada hora vino con su muerte, capital



Recordába a uno de esos pueblos, incrustados sobre la niebla. Eran delgadas las palabras que nos abrasaban, fuego por derecha, injurias por encima. La selva nos protegía, la lluvia acallaba la sed. Las hojas fueron quemadas y los troncos incinerados. Hombro a hombro, picas en mano, descalzos los pies y las mentes en blanco. Latinoamericano ¿dónde estás?

¿Dónde estás? ¿Dónde estás, hermano del pueblo compañero?

Extraditados, exiliados. La realidad latinoamericana es la que corre. Unos para defender sus tierras e insertar sus cuerpos en las navajas de los del progreso, otros, para limpiar las botas de aquellos que a sus hombres y mujeres ejecutaron.

El poder, la blancura y pulcritud de la hipócrita decencia que se cree vencedora.

¿Te preguntas por qué cantamos? ¿Por qué cantamos aún después de la derrota? El horizonte está cerca. Las ropas de colores se levantan. Cantamos porque el grito no es bastante, y no es bastante el grito y la bronca, porque creemos en la gente y venceremos la derrota.

Porque el pueblo es sobreviviente. Porque nosotros queremos que cantemos. El canto huele a primavera. Subimos las pirámides de nuestros ancestros y olemos el pólen de la victoria, a pesar de que sobre el sur(do) siga lloviendo.

Somos de la luna, habitantes de la tierra. Animales de la supervivencia. Hemos estado aquí antes que el capital, así como estaremos después de que haya caído.

América indígena socialista


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