2/1/16


Ciudad de contrastes, de umbrales invisibles y dolorosos. Estar aquí gracias a una promesa, la más pura. Contrastes de frontera. Ese espacio donde todo se pierde o se gana. Cientos de miles de promesas depositadas en este lugar, junto a la mía. Colonia La Libertad, orilla del planeta.

Desde aquí se ve ese umbral que separa el destino del mundo. A lo lejos, el Pacífico, con sus aguas oscuras que todavía no visito. Al norte, esa ciudad banal y plastificada que es San Diego; aquí, la realidad de ocho décimas partes de la humanidad. Y en medio la barrera, las autopistas, los caminos que tantos hemos recorrido a pie por la esperanza.

Vista desde La Libertad hacia el Pacífico y la frontera.

Espacio de este planeta que verifica la contradicción esencial. Primeras dos décadas de este siglo que nos ha tocado vivirlo, sentirlo, caminarlo y lucharlo. Desdén de la mayoría, este lugar, tan olvidado; pero no, aquí se engendra algo, se engendran algunos, ellos, todos.

Tarde de sábado que caminé. Y desde aquí, sentado a la orilla de los hombros de América Latina, respiro lo que es. La mayor ilusión de un adolescente hecha realidad, vivida aquí, transformada ahora, convertido en enamorado. ¿Cómo definirnos, si desde que éramos niños cargamos con todo ello? La utopía.

La que no se quiebra, la que no cede, la que no muere. Utopía. La que cambia vidas. La única que tiene sentido. La verdad.

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