8/5/12

La locura de Felipe Delgado


La bodega

La Paz, Bolivia, mediados de 1931. A unas cuadras del centro, en un callejón perdido en la noche de los aparapitas, de nombre Pucarani, se abren las puertas de una bodega en cuya entrada se puede leer: "El purgatorio". Un hombre, no mayor de 30 años y con el saco rasgado, entra en ella y pide al tendero les sirva dos medidas de aguardiente a todos los presentes. El tendero, de nombre Corsino Ordóñez, sirve el aguardiente de una vieja barrica a sus espaldas; la primera ronda de tragos, vaciada de forma inmediata por los parroquianos, demanda la segunda. Las bebidas continuarán fluyendo por horas, y la noche cae con el Illimani como testigo.

El hombre que vimos entrar en la bodega paceña es Felipe Delgado, protagonista de la novela homónima del genial escritor boliviano Jaime Sáenz. Escrita en 1979 (Felipe Delgado, Editorial Difusion, La Paz), prefigura el final de una época de la novelística boliviana inmersa en los cuestionamientos del existencialismo. La anécdota se resume en lo siguiente: un hombre, incapaz de mostrar luto ante la muerte de su padre, se ve atraído por la oscuridad de la ciudad, a la cual entrega su vida material hasta quedar en harapos y mimetizarse con ella a través del alcohol. Su búsqueda, a partir de ese momento, se convertirá en la búsqueda de la inmovilidad, de la muerte.
 
Felipe Delgado es dual, en todo momento son dos: el presente y el otro, fuera del tiempo. En primer lugar está el presente, el de las sensaciones, el que es; el que acude a la bodega a beber aguardiente y amanecer en las calles; el que se enamora de la esposa de un burgués adorador de muñecas; el que tira su fortuna en empresas ajenas; el que se encuentra al segundo Felipe Delgado, siempre entre sombras de las noches en las calles de La Paz. Y este segundo es la abstracción ontológica del tiempo; el que trasciende lo inmediato y, desde la muerte inmóvil (porque el tiempo no existe), lo complementa y determina; es la contradicción.

Es el primer Felipe Delgado quien invoca al segundo en una conversación con Nicolás Estefanic, antigua amistad de su padre, Virgilio Delgado:

      "- (...) Yo digo: la vida es una cosa lejana, es una aparición. Es como una melodía olvidada, créame. La vida, una melodía que no volverá a escucharse sino más allá de la vida. Uno tendría que nacer de nuevo para encontrar una cosa que sea como la vida y que sólo se parezca a ella misma y no a una melodía. La verdadera vida dura un instante; el resto de los instantes, el resto de los años uno vive perplejo, con la boca abierta. Quiero decir que la vida, si no es muy poca cosa, deberá ser algo terriblemente abrumador; quiero decir que la vida no es, en ningún caso, un transcurrir de cierto número de años. Si uno ha percibido el paso de aquel instante definitivo, estará a salvo del embrutecimiento. Quiero decir: a salvo de la vida. Por ese instante que nos revela la razón de vivir, sólo por ese instante vale la vida.
      "- ¡El desenfreno de la imaginación conduce al ridículo, como conduce a la locura el exceso de alcohol! -exclamó Estefanic con repentina severidad-. (...) A mí me parece que tú andas equivocado, y muy equivocado, Felipe; yo respeto la nobleza de tu alma, pero no siempre tus palabras están a la altura de la vida. Y eso que tus sufrimientos han sido muy grandes, permíteme que te lo diga, puesto que conoces como pocos el dolor.
      "- Yo pago caro por lo que soy y por lo que hago, don Nicolás. Yo pago caro, y Dios lo sabe -dijo al cabo con humildad-. Hay dos formas de vivir, créame -prosiguió diciendo ahora-. Unos viven la vida y otros mueren la vida, si me permite usted la expresión. A mí no me interesa vivir. Lo que sí me interesa es la vida; yo no vivo para vivir. Yo miro la vida, mientras vivo, y la vida me mira a mí. Para eso vivo, no para vivir."

Para mirar la vida, para llevar a cabo el trayecto de la vida, el Delgado primero, el que es, elige la bodega (y el alcohol) como centro neural de atracción. La bodega, con eso, se vincula con Delgado en el aspecto material: cuando éste deje de existir la bodega lo hará con él. Pero el segundo Delgado no deja de existir (ni la bodega, en su sentido abstracto, en el imaginario de los concurrentes como Peña y Lillo) con el cese de la existencia de las actividades del primero, por el contrario, una vez que el primer Delgado desaparece para siempre en la noche de los aparapitas: el segundo se universaliza y se "está aquí", como afirma concluyente el brujo Oblitas durante la última escena de la novela.



La locura y el sentido universal

En Felipe Delgado se reúnen tres ejes que modifican la metafísica de su actuar: el vicio, la superstición y la enfermedad. Los tres elementos que lo convierten en un loco. El loco, según la razón positiva, es aquel que realiza actos cuya finalidad no se encuentra en sintonía con la realidad; es aquel que encuentra motivación en los pensamientos y acciones marginadas, perdidas en la corriente tempestuosa del saber. 

En la locura encontramos el vínculo entre la narrativa de Sáenz con la del argentino Roberto Arlt. Sus personajes más connotados: Delgado, para el primero, y Erdosain, para el segundo, comparten el perfil psicológico de la locura. No es coincidencia que la narración de Sáenz transcurra en 1931, año en que se edita la primera edición de Los lanzallamas de Arlt. 

Ambos personajes son atormentados por el transcurrir de la vida cotidiana, son críticos de la ceguera con que se atraviesa el trayecto material de una existencia destinada a actos superiores. Asimismo, ambos se encuentran rodeados por personajes espirituales-radicales: a Erdosain lo motiva el Astrólogo, que es la mente organizadora anarquista capaz de preveer actos y delinear estratégias, de inspirar a la conspiración; y a Delgado lo mueve el señor Oblitas, brujo (o médico, o charlatán) que con su teoría de 'la maldición' le brinda coherencia histórica al estilo de vida adoptado por aquél. Por último, ambos protagonistas se dicen inventores: ya sea Erdosain y su 'Fábrica de fosgeno' para realizar actos anarquistas y gasear a Buenos Aires entera; o Delgado y su 'Termopín', una sustancia que permite, con tan sólo un miligramo, ebullir una tonelada de agua (a nivel del mar). ¿Cuál es la utilidad del 'Termopín'?, Delgado se confiesa:

      "(...) Pienso valerme de estas mis fórmulas y entrar en acción para instaurar un gobierno mundial bajo la dictadura de un boliviano. Y reservándome la Oceanía, dicho continente pasará a mis manos para instaurar allí un mundo aparte." O también: "(...) Que la India, por conducto de los acólitos de Mahatma Gandhi, proceda a bloquear las Islas Británicas, haciendo hervir los mares que las rodean y, después de ocupar el territorio inglés, se dé a la tarea de doblegar sistemáticamente el estúpido orgullo de sus habitantes. Como única retribución, pediré el título de doctor honoris causa de la universidad de Calcuta."

¿Locura o sentido universal? El contexto en que se desarrolla la narración (es decir, el de la opresión de las urbes sobre su habitantes incapacez de manejar el avance de la tecnología), pondría a más de uno del lado de Delgado, o incluso de Erdosain.

Es el sentido universal el que surge de entre los restos abandonados de la locura de Delgado. El sentido universal inconsciente. Sin saberlo, el loco bohemio se acerca a descifrar el funcionamiento del mundo, explicación absolutamente ajena a la razón lógica de sus iguales. Desde las calles es capaz de observar la particularidad de cada hombre y compararla con la universalidad del universo; así, llega a comprender lo irremediablemente pequeña que representa una vida humana en la historia de la Tierra, pero también conoce que solamente a través de la unión entre esas particularidades es como llega a tener trascendencia la existencia material en la sociedad. 

La búsqueda equivocada de los otros (la propiedad privada) se contrapone con el amor universal; por ello su vida pertenece al mundo y no a él, la muerte deja de ser trágica, la vida lo es:

     "Ahora yo declaro haber buscado toda la vida a quien amo. Mi búsqueda ha sido infructuosa, todos lo saben. Y tuvo su punto de partida en un sentimiento universal, o sea, el amor a la patria. No sé si ustedes entienden, nunca lo sabré. El amor a la patria me ayudó durante toda mi vida en la búsqueda. Pero seguramente cometí algún error. Y en tal caso, tendré que encontrar el error para proseguir la búsqueda. El amor es una tarea, la patria una obra. Para encontrar a quien uno ama, primeramente habrá que desentrañar esa obra inconmensurable que se llama patria. La patria es de la más grande significación para el encuentro de quien uno ama, digo yo. Pero nunca, sino cuando ya es demasiado tarde, se llega a saber que quien uno ama no se halla en la patria particular, pero sí en la patria universal. Y es en aquella patria particular donde uno busca y no encuentra. (...) Yo declaro que por no haber encontrado a quien amo, por eso precisamente, vive y vivirá quien amo; y por idéntica razón vivo yo. De haber encontrado a quien amo, ya habrían muerto mis ojos, se habría borrado de mi alma el amor, y se habría adueñado de mí un sentimiento particular, individual y cambiante; a eso habría tenido que llamar amor. (...) Se llama patria el punto de partida del ansia de amar; patria se llama la primera luz con que viste alumbrarse una antigua repisa en la que descifrabas los enigmas de la primera luz en los ojos de tu madre."

Pero esa búsqueda tiene un precio: requiere un intercambio entre la existencia mundana de lo que se es, por la existencia universal:

      "- La plata es lo de menos -dijo Delgado-. Gracias a Dios no tengo apego por la plata. El conflicto se me plantea en un orden totalmente distinto. Soy un sentimental y por eso mismo el sentimentalismo me revienta. Necesito construir un mundo objetivo que me nutra. Necesito crear mi propia fe, necesito incorporarme en un orden que me corresponda, en función de algo, para algo. De otro modo, el mundo invalidará mi propio mundo. Y en tal caso me veré perdido, puesto que no tengo, lo sé muy bien, la capacidad de gobernar un mundo en su correlación con el mundo, tal como lo exigirían las circunstancias, si es que he de conservar el contacto con la realidad. Estos problemas me tocan; y son de mi directa incumbencia, precisamente porque soy un artista. Para resolverlos, o, cuando menos, para tratar de resolverlos, debo buscar un medio de expresión. Si no lo encuentro, querrá decir que no lo tengo. Y si no lo tengo, tendré que crearlo. En uno u otro caso, mi vida ha de tener un sentido. Acaricio la idea de fundar un partido político, fanáticamente nacionalista. Son cosas que se pagan caras, lo sé. Y si todo tiene su precio, habrá que pagarlo, sin la menor vacilación. Por eso es que me infunde espanto el camino que me queda por recorrer, no me avergüenza decirlo. Y es que yo quiero ser siempre lo que soy, a costa de lo que sea. Ningún poder humano podrá apartarme de este principio. Seré siempre lo que soy, contra  viento y marea, y jamás me arrepentiré. Es éste mi único principio, mi única moral; el punto de partida soy yo. No pretendo nada, ni tengo planes para el porvenir. La figuración, los honores, la salud, el bienestar, la riqueza, el afán mundano, son cosas que me infunden asco. Amo mi tierra. Quiero ser como mi tierra. Quiero estar a la altura de ella. Unicamente pretendo ser lo que soy; nada más.
        "- Admirable -dijo Estefanic-. Tú lo sabes. Pero cuidado: tienes grandes aptitudes para caer al abismo.
        "- No sé -declaró Delgado-. Cuando uno aborda ciertos temas, corre el peligro de caer no ya en el abismo, pero en una retórica que suele resultar despreciable. Yo le abrí mi corazón, don Nicolás, y con eso basta; pasemos la hoja."




El alcohol como catalizador 

Sáenz tiene la capacidad de vaciar el contenido de la vida urbana en La Paz. Tiene conocimiento de la herencia que La Colonia dejó sobre los pobladores de América: la bebida alcohólica como principal aplacadora de las conciencias colectivas. No obstante, en Felipe Delgado la bebida subvierte su función contemplativa para convertirse en el catalizar que le permite ingresar al mundo dual, a la representación 'verdadera' de la existencia del universo.

       "Por el alcohol se me revelaba el futuro, un tiempo escondido, un tesoro escondido, el júbilo de vivir la bienaventuranza de los días lejanos de un soleado camino. Se me revelaba el tiempo futuro, el tiempo misterioso en el oscurecido recuerdo de la juventud; allí yo podía morir por conveniencia, por cansancio o por comodidad, allí podía sentarme junto a la lumbre con la muerte a mi lado. Con el júbilo del tiempo futuro, el regalo del alcohol era la verdadera vida. La verdadera vida flotaba en el rescoldo del horizonte, y se incendiaba con el resplandor de una tierra prometida en la intimidad de mis entrañas; y en medio de una oscuridad que era luz en mi mente, yo aparecía en el futuro, mirando con un ojo el terror y con el otro la maravilla. ¡Oh alcohol de mis amores, cuchillo de doble filo; beber de ti ya no quiero!
       "Yo bebía con misticismo. Y por haberme privado del alcohol, ahora me veo privado del futuro. Si yo pudiera ocultarme del tiempo -cosa que equivale a morir-, mi presente se volvería perenne. Cuando pienso en el alcohol, pienso en la inmortalidad, y cuando pienso en la inmortalidad, pienso en la dirección del tiempo, que corre a la inversa (yo llegué mañana, me iré ayer). Además se me ocurre que el hombre no podrá alcanzar la inmortalidad mientras no haya alcanzado la velocidad del tiempo. Acercarse a la inmovilidad, esa es la cuestión. Pues la inmovilidad es la esencia del movimiento, como lo es también del conocimiento, y es más veloz que la luz; la luz es tan sólo una de entre las muchas manifestaciones de la inmovilidad. El universo se mueve, y todo se mueve en el universo; pero sin embargo, existe el reino de la inmovilidad: Dios es inmóvil.
     "Pero ahora me pregunto qué es lo que me pasa. Qué soy, quién soy. Como borracho, he fracasado; el verdadero borracho debe morir como Corsino Ordóñez, al pie del cañon. ¡Y qué triste mi caso, estoy de cabeza y me siento otro! No extraño a nadie; no puedo llorar; no extraño nada. Me da igual comer, no comer, dormir, no dormir, estar aqui, estar allá. Yo mismo no soy, sino otro. Soy uno más otro: es decir, dos."

De vuelta en la bodega "El purgatorio", la noche se hace oscura, se rompen mesas y vasos, los aparapitas dormitan el sueño del trabajo, pero Delgado acompaña a los bebedores, y nosotros brindamos por la narrativa boliviana.



No hay comentarios:

Publicar un comentario