6/5/12

El acto de unión como memoria poética



La poesía ha regresado al ambiente. Acontecimientos extraordinarios la han requerido para quedarse. Cuando uno retorna a la ciudad después de haber presenciado acontecimientos extraordinarios no puede sino sentarse y repasar lo sucedido: la boda de Alejandra y Raúl ha exacerbado la memoria poética. Como pareja, Raúl y Alejandra tuvieron la capacidad por crear un escenario fantástico para los deseos colectivos de quienes los rodearon. Alcanzaron a modificar mentes y unir visiones a través de un acontecimiento poético en todas sus magnitudes.

Los deseos comenzaron desde los días previos al acontecimiento. Se amanecía con el calor cierto de la proximidad de un gran evento. Visitas nocturnas a la ciudad de Oaxaca, el recorrido de sus calles y la simpatía con las expresiones de una pareja que citó a quienes deseaban compartir ese momento. En realidad, el acontecimiento comenzó dos días antes, la noche del jueves, cuando pasada la medianoche en el departamento alquilado en Oaxaca se dejó escuchar “La canción del Linyera”, composición que provocó el baile de los novios y la apertura hacia el convencimiento de ambos por estar juntos; al observarlos bailar y saltar no cabía duda para dicha conclusión.

El viernes a la tarde se emprendió el camino a Ixtlán, pequeña población al norte de la ciudad de Oaxaca donde se daría el evento. En el trayecto, los amigos no podíamos más que esbozar profundas sonrisas embelesadas con la promesa del mezcal; en ese momento no nos imaginábamos lo erróneo de la expectativa periférica, y no fue hasta el día siguiente que nos dimos cuenta que fuimos también partícipes de la creación poética viva.

Ixtlán es una reserva protegida por sus habitantes comuneros: la tala de árboles y repoblación de los mismos es su principal actividad económica. El sitio donde sería la boda pertenece a esta comunidad, que practica cierta actividad ecoturística para suplementar su economía. Los habitantes son muy receptivos, abiertos al diálogo y bromistas, acostumbrados a realizar tareas en colectivo.

El sábado, día de la boda, será recordado por décadas. Fue un día rodeado por un halo de empatía, contrario a las relaciones ríspidas de la urbe. Dicho halo comenzó gracias a la actitud que las familias de los novios tuvieron hacia el resto de invitados. A los amigos nos hicieron sentir como miembros de la familia, actitud ampliamente demostrativa del instinto solidario que comenzaba a permear en Ixtlán. Así, los invitados fueron incluidos como partícipes de la extraordinaria creación que serían testigos. A unos se les puso a recortar imágenes decorativas, a otros se les responsabilizó de la distribución de la esencia mezcalera, mientras tanto, aquellos ayudaban con los peinados, otros más con los adornos y el resto con su compañía. Todos fuimos partícipes en esta construcción poética de demostración humana. Sucesos de esta índole no pueden más que ser el germen de la crítica a la opaca sociedad que habitamos: los novios, que eran los directores de las estrofas, eliminaron de los invitados la apatía y fomentaron el colectivismo versificado.

Una vez los preparativos estuvieron listos dio paso el comienzo del rito, esa chamánica tradición de los albores culturales de nuestro pueblo. La banda municipal, acabada de llegar con sus dieciocho integrantes, incitó el ambiente festivo, ejemplificado en el novio, espléndidamente vestido, que abrió el carácter de quienes lo rodeábamos: muy seguro de sí mismo no dudó, durante el preámbulo, afirmar a viva voz: “estoy listo, díganme dónde tengo que firmar”, frase que, acompañada de una grata sonrisa, encendió los ánimos del día. Actitud compartida por la novia quien, con aplomo y elegancia, terminaba los últimos preparativos.

El acontecimiento comenzó con la banda municipal estratégicamente colocada afuera de la cabaña de la novia, a quien escoltaría hasta la entrada de una preciosa gruta, donde el novio la esperaba para unir mutuamente sus caminos. La música comenzó a sonar y la caravana, en fila india, tomó movimiento. A la vanguardia, en colores naturales, iban la docena de invitados que cumplían la función de acompañantes de los novios, detrás de ellos la novia, radiante de blanco, era el centro de la caravana, seguida por el resto de invitados que la rodeaban animándola con repetidos “¡hurras!” complementados por la música de la banda que cerraba la caravana en la retaguardia. Mientras tanto, el encargado de aglutinar a los caminantes y sus miradas era el mezcal, servido en exquisitos pocillos de barro negro.

Los trescientos metros recorridos por la caravana fueron el umbral a través del cual las energías de los asistentes se hicieron una sola y fabulosa subjetividad comunal. A partir de ese instante ningún invitado dudó que serían testigos de un acontecimiento único en su género; los prejuicios fueron dejados en el camino pedregoso hasta la gruta; los asistentes se desnudaron de sus individualidades para dar forma a un gran convoy de colores y sonrisas, de entrega y solidaridad. ¡Qué maravillosa visión fue aquella! Allá iba ese grupo de personas rodeado por el sabio teatro de la naturaleza de la sierra oaxaqueña, que los cobijaba bajo sus enseñanzas, plasmadas finalmente en las sensatas palabras aportadas por la juez oficial, quien no pudo más que dar la bienvenida como hermanos y compañeros de vida a la feliz pareja de novios, una vez que firmaron los documentos de manera afirmativa.

Grandes “¡vivas!” se dejaron escuchar de manera espontánea durante los tres cuartos de hora que duró la ceremonia legal. Quienes estuvieron ahí se convirtieron en cómplices, pero qué mayor certidumbre de realidad que la mirada con que los protagonistas se observaron al entregar los anillos y aceptar con rotundos “sí” a su deseo por permanecer unidos.

De la formalidad del evento legal dio paso el festejo. La caravana, ahora sí encabezada por la pareja recién unida, tomó el camino de vuelta a través del umbral que había servido como rito de pasaje. Tomados de la mano alcanzaron el camino principal para ingresar en el círculo de baile tradicional oaxaqueño; una veintena de danzantes zapotecas les abrieron paso y cerraron el círculo detrás, para rodear a la pareja y transmitir la alegría con su baile. Así, la banda municipal y las danzantes zapotecas dieron inicio a la festividad que representa el ingreso de una joven pareja a la comunidad indígena.

Poco a poco el círculo se fue abriendo para permitir a los invitados fundirse en el baile con los novios y rectificar, ellos también, la certeza de felicidad que emanaba del círculo festivo. En el inconsciente de cada invitado quedó marcada la ejemplificación de un ritual creativo, pensado específicamente para romper los estereotipos anquilosados de la cotidianeidad que deshumaniza al ser humano.

La composición bailable dio paso al almuerzo. A esta altura, las diferencias entre los invitados se habían disuelto, habían sido machacadas por la sabiduría indígena, de la cual también se bebía con el espirituoso mezcal. Un verdadero banquete de milenaria historia se sirvió en las mesas, el cual fue consumido con voracidad pedagógica: mole con pollo, dulces exquisitos y delicadas bebidas ofrecieron al paladar un mundo de sabores que serían después mezclados con las voces de la sierra en inescrutable conocimiento dialéctico.

No fue hasta que la larga noche penetró en la sierra oaxaqueña cuando se dejó de escuchar música, e incluso ni con el eterno silencio que la noche primaveral imponía se bajaron los ánimos. Habría todavía suficiente espacio para la creatividad emanada de aquel festejo. Se prendieron fogatas e improvisaron cantantes y no se dejó de bailar hasta que la última gota de energía se transformó en serenidad de los ancestros de la tierra, infundiendo un tranquilo y reparador sueño en la comunidad inaugurada aquel día.

Cualquier palabra se pierde en la inmensidad del tiempo, pero el tiempo es el máximo engendrador de memoria poética, y lo acontecido el pasado 28 de abril sin duda quedará plasmado en la memoria de los asistentes como uno de los más hermosos poemas vivos presenciados. Y sus dos autores, aquellos novios que a partir de ahora caminan en unidos senderos, quedarán grabados en la mágica historia de la sabiduría comunitaria zapoteca.

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