18/5/12

De perritos y contornos

Ciertos días en la ciudad de México son abrumadores, pero otros están marcados por la delicadeza de una tecla de piano. Hoy tuve oportunidad de caminar entre las calles repletas de gente y de animalitos. Son los contornos los que más llaman mi atención, como aquel que imprime la luz del sol antes del mediodía sobre un ventanal cubierto de madera en una casa vieja: permite mirar cómo la luminosidad va tomando el espacio interior, empieza por el suelo más próximo al balcón, continúa por las patas de la antigua cama cubierta por una cobija serrana hasta llegar a coptar la totalidad de la habitación. Es movimiento milimétrico que brinda continuidad a la actividad que realizamos nosotros, los actores de esta finita escena mortal.

En la casa vieja que pude observar desde lo alto de un puente peatonal había una mascota, un pequeño perrito de colores grisáceos que descansaba en la nombrada cama. Dormitaba pasivo su sueño con los ojos entrecerrados; seguro de su ambiente (al parecer la dueña se encontraba en casa), no permitía que nosotros los peatones interrumpiéramos sus deseos en blanco y negro, materializados en un plato de croquetas o tal vez restos de comida con tortilla. No faltaba mucho para que se levantara a inquietar a la dueña, quien en esos momentos se encontraría tejiendo una hamaca o barnizando una silla para venderla la próxima semana en el tianguis de Chapultepec.

Así, el perrito despertaría con el olfato inquieto, lleno de olores provenientes de las calles, no dudo que haya alcanzado a percibir mi aroma, extraño y pasajero como la misma sombra de la oscuridad que ya no estaba ahí. Continuaría olfateando el resto de la habitación hasta encontrar las piernas de su dueña, daría unos pequeños saltos y tal vez esgrimido ladridos, delicados para no atormentar a su fuente de alimento pero sí audibles en la búsqueda de reconocimiento para que ella se levantara y caminara hacia donde se encuentra la correa. Dicho acto es la finalidad de la relación: ¡ahora no aguanta para ir al baño! ¡tiene que salir a pasear! La correa simboliza la decisión positiva de acudir a descargarse, y el perrito ahora sabe que la dueña está en su misma sintonía.

A unos minutos del mediodía las escaleras de la vieja casa se escucharían crujir, primero pesadamente porque es la dueña que desciende, y luego con múltiples sonidos agudos e intermitentes, retardados porque el perrito se habría quedado detrás olfateando la parte inferior de la puerta frontal del segundo piso en la búsqueda del aroma de su vieja compañera, la cachorra del 202. No tardo, el perrito al ver a su dueña siete escalones más abajo que él, hubiera descendido rápidamente hasta alcanzarla y rebasarla ansioso por ser el primero en llegar a la puerta principal. Y una vez que ambos estuvieran frente a la puerta, ésta sería abierta para salir a la actividad callejera, donde posiblemente yo ya me encontraría dos o tres cuadras alejado, rumbo a mi destino.

Como sabemos, escenas como esta se dan todos los días, sin ellas, la sinfonía de esta realidad sería absurda y poco elocuente. Y la mayoría provienen de ese movimiento milimétrico de los contornos del que prácticamente somos insensibles debido a la cotidianeidad.

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