21/10/15

Cielo en Tijuana


Hay dos tipos de cielo en Tijuana, ambos se sienten bajos, presentes y tangibles.

El primero es el despejado, que se ve como la capa de techo azulado que no tiene fin. Bajo, sí, se mira bajo, como si por encima de él reposara otro mundo de movimiento y color; como si fuera la disposición de una carpa de juego y feria, mientras las hogueras queman aquí dentro.

El segundo tipo de cielo es todavía más bajo, nebuloso y húmedo, como si estuviéramos en la montaña más alta y miráramos hacia abajo al resto del planeta. Este cielo se percibe en el cuerpo, es el recordatorio del tiempo, porque está íntimamente vinculado con los cambios de la luna y disposición de las estrellas.

En Tijuana, entre el cielo y la calle, entre el cielo y las barrancas, hay poco espacio, poca distancia; uno puede tener los pies en la tierra, sentirla, y al mismo tiempo levantar los brazos hasta el cielo, tocarlo. Toda la extensión del ser humano cabe en esa distancia; y toda la experiencia de la humanidad late en sus venas.

¿Por qué las personas buscan respuestas en las divinidades o en lo inexplicable? ¿Será por falta de esperanza ante esta compleja vida, por derrota; para ponerse en las manos de un juez superior que crea en ellos? Si es así, ¿dónde queda la voluntad, el trabajo colectivo y la capacidad de lucha?

Ciertamente no hablo de que todos tengamos que ser ateos o no creer en nada. Solamente es ver nuestra humanidad antes, para resolverla. Por eso el debate con la Teología de la liberación es tan enriquecedor. Y por eso surgió en los barrios más bravos de las poblaciones en América Latina: unir religión y lucha.

No descreer del ser humano.

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