21/9/19

Hoy fui a caminar al mismo sobrerruedas al que he ido en los últimos cuatro años; sábado tras sábado. La posibilidad de tomar una canasta para los vegetales y caminar hasta el final de la calle para tomar la empinada y subir a los puestos; esa posibilidad de lo tangible, de la realidad tan latente, tan táctil, tan natural. Es ella la que llena de riqueza humana el caminar a un lado de tantos ellos, ellos y yo; como diría Bajtín: somos a partir de los otros.

El sol bajacaliforniano es implacable, cae en la frente como la certeza de sabernos a la orilla del imperialismo. Esa certeza se siente, se observa en tantos camaradas que caminan las calles y se les observa en tránsito, derrotados, retornados, salteados, refinados. Esta frontera es el último filtro entre Roma y lo demás; y siempre, siempre, en términos históricos, vence lo demás.

Por eso permanecer aquí, porque aquí es en donde la sal de la tierra rebota, se siente, perfila, anula, fascina, camina, fulmina. Y la humanidad es la sal de la tierra. La verdadera humanidad, la que trabaja, la que con sus manos moldea esta realidad. Eso soy, eso somos.

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