4/11/18

Cambios

Hoy hubo un fenómeno para tampoco olvidar lo utópico. Después de correr durante la tarde, al acercarme a la parada del camión, se presentó una conocida visión pero modificada por un pequeño detalle.

La parada de camión en medio de Otay, en la delegación y el instituto de la juventud; la misma que he utilizado en centenares de ocasiones para regresar a Lomas, que tiene una explanada de unos 30 x 30 metros y que está rodeada por un local de Morena, una farmacia genérica, unos tacos de birria y un local de mariscos. Es una parada que tiene características muy particulares, como es durante las tardes convertirse en un espacio para que madres y mujeres trabajadoras hagan gimnasia al aire libre, escuchando música de fiesta y siguiendo los pasos de las camaradas que, siguiendo los ritmos que salen de una bocina dispuesta a diez metros de la banqueta, aportan simbólicamente a recuperar los espacios públicos ante la influencia capitalista de la propiedad privada.

Es en esa misma parada de camión, que ante los ojos de los burgueses no es mas que un espacio barrial o esporádico, listo para ser neoliberalizado, en donde el día de hoy aconteció el fenómeno.

Han sido más de tres años que conozco la parada, y desde entonces alrededor de a las seis de la tarde un hombre de unos 50 años llega a una de las esquinas de la explanada, siempre solitario, con abrigo y una soda de cola de 600 ml, para comenzar a saltar y bailar por su cuenta. Sea primavera o invierno, haya música o silencio, durante los últimos tres años el hombre llega puntualmente a la parada de camión en Otay y realiza su ritual de baile.

No sé si es un migrante retornado que perdió todo o un habitante local que ha vivido toda su vida en la colonia. No hay duda que el hombre sufre algún tipo de trastorno psicológico, pero cada día se le observa limpio, sonriente y sin molestar a las miles de personas que transitan. Los vecinos de la colonia y los trabajadores de los locales ya lo conocen, al grado que le obsequian comida y saludos. Es un don; es una calle de Tijuana; es México; es el planeta; somos todos.

El hombre baila cuando hay tardes de baile de gimnasia, se le ve saltando a su propio ritmo mientras las madres y mujeres trabajadoras siguen el ritmo de la música; el hombre salta solo, sobre sus pies y sin aparentar un gasto de energía porque lo hace durante horas cuando no hay tardes de baile de gimnasia; y el hombre lanza hacia arriba su botella de soda para volverla a cachar, malabareándola, cuando durante las tardes la farmacia de medicamentos genéricos aportan la música.

Tres años el hombre ha saltado, bailado y malabareado su soda; siempre solo.

Y hoy, hoy todo fue diferente. Hoy, al acercarme a la parada a tomar el camión hacia Lomas Taurinas, la que ha sido mi casa en los últimos tres años, había otra visión. La visión fue que junto al hombre había una mujer. Primero la mujer saltaba en sus propios pies, caía y se volvía a impulsar, sola; a los minutos el hombre la divisó y nervioso no dejaba de ver la soda que tenía entre las manos.

Al momento que me subí al camión la escena no había terminado, pero me gustaría pensar que esta noche el hombre no salta solo, sino que hay una mujer con la cual saltar juntos.

Tal vez sí hay un loco para cada loca, no lo sé; porque todos estamos locos. Pero después de mucho, mucho tiempo, es el primer día en que he vuelto a sentir la posibilidad de que haya alguien también. Tendré que ponerme a saltar en las explanadas.

Historias urbanas fronterizas.



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