13/10/09

Guevara vive en los militantes latinoamericanos


Anécdotas del Che a 42 años de su asesinato.

El viejito de la bicicleta

Mariano Rodríguez cuenta en el libro Con la adarga al brazo que un día salían de Fomento en el Chevrolet del Che y este iba manejando, pero aparece en la carretera un viejito manejando una bicicleta que llevaba en la parrilla una guataca con el cabo apuntando para la vía. El Che no ve el cabo de la azada y al cruzar toca con el guardafango derecho el palo y lanza al viejito y la bicicleta a la cuneta. Automáticamente detiene el auto y se preocupa por la salud del anciano, quien está sentado mirando los golpes que se ha dado la bicicleta. Llega el Che y le pregunta: ¿Se ha dado algún golpe? ¿Le ha pasado algo? Levanta la cabeza el viejito y cuando reconoce que era el Che le dice: —¿Pero fue usted quien me arrolló? Sí, por desgracia. Y el viejito decía:

"¡Qué desgracia de qué! ¡Qué suerte tengo yo, que usted me haya arrollado! ¡Usted sabe lo que es que yo le diga a mi familia que usted me arrolló! ¡Qué suerte tengo yo de haber salido hoy...! ¡Si no salgo hoy usted no me arrolla! ¡Qué clase de suerte tengo yo!"

El Che sonriente exclama: "Todavía este hombre me da un beso por haberlo arrollado..." Le dice al viejito: "Déme acá su bicicleta para mandársela a arreglar". Pero el viejito argumenta: "¿Arreglar? ¡No! ¡Qué va! Esta bicicleta yo no la arreglo ya nunca más, esta bicicleta la guardo para enseñarla a mi familia del día que tuve la suerte de conocer a Che Guevara..." De todos modos el Che le envió posteriormente una bicicleta.


Sin plata

Resulta que una vez llegamos al aeropuerto de Bayamo, aterrizamos al atardecer. Eso era muy al principio, porque recuerdo que encontramos allí al Comandante Camilo Cienfuegos, que recorría la zona en un helicóptero... Y bien, luego de una reunión, Camilo se había ido de Bayamo ya, el Comandante me dice: Eliseo, tenemos que irnos para La Habana. Mire, Comandante, el tiempo no está muy bueno, ya casi es de noche, este avión monomotor no es gran cosa y las condiciones no son las mejores para un viaje de noche hasta La Habana. No, no, yo necesito irme para La Habana. Bueno, vamos, digo, y salimos hacia La Habana. Pero ya cerca de Manzanillo el tiempo se puso feo, con turbonadas muy fuertes y le digo: Mire, Comandante, mire el tiempo. Bueno, dice, vamos para Bayamo... y regresamos.

Pero en Bayamo ya era noche cerrada, en ese aeropuerto no había luz y empezamos a dar vueltas hasta que un compañero buscó dos chismosas para marcar la pista y así nos tiramos... Por cierto, que creo fue la única vez que corrimos una premisa de tal índole, porque tampoco teníamos condiciones para sobrevolar la Sierra e irnos a Santiago. Pero bien, logramos aterrizar sin problemas, bajamos del avión y ahí se me acerca Aleida y me dice: ¿Eliseo, usted tiene dinero? Yo sí, digo. Bueno, porque todo el problema que tiene el Che es que no tiene dinero para pagar ni el hotel, ni la comida, ni nada, y no se atreve a pedírselo a usted... Y bueno, eso era al principio, claro yo llevaba poco tiempo con él, de ahí que no se atreviera a pedírmelo. Pero era eso lo que le pasaba. Por supuesto yo le dije a Aleida que no había problema, que yo tenía dinero y ella, allá en La Habana arreglamos, y yo, sí sí, yo pago todo y arreglamos allá.

Y eso no le cabía en la cabeza al periodista. Porque en esos momentos el Che era Presidente del Banco Nacional y no tenía dinero para pagar ni hotel, ni comida, ni nada.

La tatagüita

Esto que cuento fue durante una reunión en Pinar del Río, allí había varios compañeros y sucede que le tocaron su punto débil. Este punto débil es que se dudara de su calidad como piloto. Y resulta que salimos de allí, y nos dirigimos al aeropuerto; en el camino, Che invita a algunos compañeros para que fueran con nosotros en nuestra tatagüita, para mostrársela. Y el compañero Carlos Rafael Rodríguez dice: "No, Che, nosotros nos vamos a ir en el otro avión, el grande, porque lo que pasa es que estamos muy apurados... otro día que tengamos más tiempo pues vamos contigo, y probamos tu avión, pero hoy tenemos prisa".

Bueno, él se sube al avión nuestro, se sienta y me dice: Eliseo, me han dicho que la tatagüita no corre, que están muy apurados... ¡Me gustaría llegar primero! Y yo, bueno, Comandante, lo que pasa es que el avión de ellos es más poderoso; y, además, tiene salida primero que el nuestro, como nosotros no podemos entrar en pista hasta que ellos estén en el aire, todo eso... Pero él: bueno, sí, pero de todos modos vamos a ver si hacemos algo. Y cogió el control, entró en pista y despegó con "viento de cola", o sea, para no tener que llegar hasta el extremo de la pista y despegar con dirección a La Habana, despegó con dirección a Pinar del Río, giró rápidamente y trató de colocarse debajo del otro avión, que era un IL-14. Como el IL-14 no sabía las intenciones del Che, iba a su marcha normal, mientras que nosotros lo hacíamos a todo lo que daba nuestro Cesna. Y llegamos a Ciudad Libertad. Y allí esperamos a oír por dónde se iba a tirar el IL-14. Este pidió pista para aterrizar por la cuatro, y nosotros pedimos hacerlo por la ocho. ¡Naturalmente, la cuatro era más grande, se extiende hasta casi los límites del antiguo colegio Belén, mientras que por la ocho nosotros llegamos enseguida a la rampa y nos apeamos! Con la misma vamos hacia donde están los compañeros del aeropuerto que llevaban la escalerilla al IL-14 y el Che se la pide a ellos. Coge tú por allí, me dice y seguimos empujando entre los dos la escalera. Bueno, la ponemos contra el avión grande y cuando abren la puerta asoma en ella Carlos Rafael, ve al Che y se vira —algo sorprendido— y dice: "¿Eh? ¡Che!" Y el Comandante, jocoso, le dice: Como me dijeron que estaban muy apurados vine corriendo a traerles la escalera...

Un ejemplo de humildad

El Che tenía una gran humildad —dijo Salvador Vilaseca—. Cuando fue nombrado Presidente del Banco, llamó a un amigo para que fuera a trabajar con él en un cargo de importancia de esa institución. El amigo, asustado por la responsabilidad que el cargo significaba, le objetó no creía tener condiciones para desempeñarlo, puesto que no sabía nada de banca, a lo que el Che le contestó: "Yo tampoco sé nada de eso y estoy de presidente". Con esta respuesta dio dos lecciones al amigo, una de humildad y otra del deber que tiene todo revolucionario de ocupar el puesto que la Revolución le asigne.

La exigencia

Era exigente en el cumplimiento de los horarios y como ejemplo puede recordarse que cierto día concertó una partida de ajedrez con el maestro internacional José Luis Barreras, directivo del juego ciencia. Barreras llegó algunos minutos pasada la hora. Después del saludo conversaron sobre varios temas y cuando su interlocutor le preguntó: ¿Cuándo comenzamos a jugar?, recibió una respuesta tajante: "Oiga, la disciplina es fundamental en la vida. Acordamos a las nueve de la noche y usted llegó después, por lo tanto, hoy no jugaremos".


Los ojos del Che
Por: Casa de la amistad Argentino-Cubana de Capital Federal

Tres veces salió y volvió a entrar.
Temblando…, se tapó la cara y disparó.
Borracho, disparó.
Dos ráfagas lo separaban de la historia. Las disparó. Creyó que mataba la historia. Y en el extremo de su máuser, una nueva etapa de esa historia comenzaba.

Temblando, disparó dos ráfagas. Y el sargento tuvo terror. Disparó a un hombre herido. Tambaleando, huyó. Y no se suicidó.
Arrojó el arma, y el horror no lo abandona todavía.
Los ojos del Che no se cerraron.
El sargento ignoto del ejército apátrida de Barrientos, cuando disparó, no se dio cuenta que comenzaba a incendiarse la pradera.
Las llamas siguen bien altas. Las cenizas fecundarán la tierra donde transitará, seguro, el Hombre Nuevo. Y jamás será un sargento ignoto de ningún ejército mercenario de la tierra.

La cara de espanto, del sargento, denunciaba al mundo que el crimen se había consumado.
Y el mundo no le creyó. El mundo, tuvo razón…
No lo mató.

Las ráfagas del sargento, no asesinaron a la revolución. Las ráfagas del ignoto sargento boliviano, señalaron al mundo por donde pasa la lucha de la liberación. Marcaron un camino. Clavaron una bandera.
Entonces…, entonces temblaron muchos.
Temblaron los miserables sin conciencia.
Los explotadores. Los apropiadores de tierras y de hombres.
Los que hambrean. Los que persiguen. Los que amenazan. Los que encarcelan. Los que secuestran. Los frailes que bendicen la explotación y la ignorancia. Los que torturan. Los que matan la libertad y el pensamiento. Temblaron ante el posible derrumbe del mundo, que ellos levantaron a su antojo.

Los ojos del Che siguen abiertos, todavía.
Y pueblos enteros lo miran de frente. Es su homenaje.
Lo miran con asombro. Con compromiso. Con amor de hermano y compañero. Que todo eso es el Che que ellos creyeron que mataban.
El ignoto sargento de Barrientos, arrastra su temblor. Consume su vida con vergüenza. Oculto, ignorante e ignorado.

Muchos pueblos, muchos hombres, muchos jóvenes, sin quererlo, lloraron aquel día.
Lloraron sin creerlo. Sin desearlo. Sin consuelo.
Lloramos todos, aquel día.
En Buenos Aires, había primavera. En los corazones el frío, nos quitaba la tibia ternura de la vida.
Pero los ojos, aquellos ojos, estaban vivos.
¡Cómo íbamos a derrumbarnos, si todavía teníamos que transformar el mundo!

Allá, en La Higuera, había un miserable temblando. Y un hombre libre señalaba la salida.
En la Bolivia de mineros rudos y mujeres solidarias, supieron acercarle casi con miedo religioso, un jarro de agua y una rama de jazmines pobres de fragancia. Sin ritos. Sin oleos. Sin cirios. Sin rezos. Sellaron un compromiso y un manojo de ilusiones escarchadas.
Allí no había muerto que honrar. Nacía una nueva y gran historia, para que nadie jamás la olvide. .. Y un compromiso, nos queda por cumplir.
Que nadie se haga el distraído. Nos queda por cumplir.

El camino fue emprendido en muchos lugares del mundo con diversos resultados, pero ninguna derrota, por dura que haya sido, pudo demostrar, todavía, que era equivocado y desechable. Podrá ser difícil, pero durante cuarenta años, los pueblos, en todos lados, no han tenido nada fácil. Ni mejor vida. Ni mejor muerte. Ni más alto ejemplo.

Los ojos del Che siguen tan abiertos como abiertos continúan estando, los estrechos senderos de la vida en libertad. En la liberación de los explotados, en la construcción de la vida, modesta pero digna, nada resulta del todo fácil ni gratuito. Tampoco nada es imposible. Y la utopía, no alcanza para tanto.
Puede ser que la hora de la liberación esté cercana y otros la piensen inalcanzable. Todo depende qué es lo que se quiere conservar y cuánto estamos dispuestos a perder.
La revolución no tiene nombre propio, tampoco caminos desbrozados. La voluntad, la organización, los principios y la modestia puede que, todos juntos, hagan más fácil el comienzo. Sin dejar de recordar que la suerte no existe. Aquí la suerte se llama organización, voluntad, respeto, y sobre todas las cosas solidaridad, ideología y método. Es casi lo único necesario para triunfar sobre un miserable e ignoto sargento del ejército apátrida de todos los barrientos y batistas de la tierra.

Los hombres y mujeres que sólo tienen sus brazos para ganar su pan y el de sus hijos, saben que ningún camino será liberado graciosamente. Para demostrar que la ignorancia es la mejor aliada de la fuerza y que los mejores siervos sirven, por temor, a los peores explotadores, no se necesita asomarse mucho mas allá que a los propios caminos de nuestro desbastado país.

Los trabajadores del mundo: hombres y mujeres. Los jóvenes tendrán que elegir entre el hambre, las guerras de los poderosos o los caminos del mundo para recorrerlos con la seguridad de que la explotación se extingue, la razón renace, el hombre se recrea y la conciencia se robustece en las luchas liberadoras de todos. En todos los lugares. Y en todos los rincones, no hay verdad más comprobada.
Si no lo hacemos por nosotros, al menos tengamos la responsabilidad de hacerlo por nuestros hijos.

La revolución que soñó el Comandante Ernesto Guevara en su sueño inconcluso de Bolivia, no la puede matar ningún sargento ignoto y miserable, por más que se tape la cara con sus manos. No podrá cegar al sol con un balazo. Todos los hombres del mundo deben comprender y recoger el mensaje de los ojos del Che, en la humilde escuela de La Higuera.
No lo dejemos solo, esperando en las noches sin estrellas, la guerra y la tortura.
Y los argentinos, hoy más que nunca, no olvidemos que a los 30.000 desaparecidos de la dictadura, todavía le debemos la justicia y al compañero López, la vida.
Por la liberación del mundo sometido, los ojos abiertos del Che nos miran y nos demandan, cada día.
No lo matemos nosotros.
No lo dejemos esperando.
No lo dejemos solo.

Fuente: Agencia Rodolfo Walsh


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