10/5/10

Final de camino

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El cruce
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El río de Conti te contiene de nuevo. Rumbo al Uruguay, la república de la banda oriental, cruzarás tres ríos y navegarás las aguas que llevan las entrañas de la antropofagia: el Paraná y el Uruguay, que mezclan sus senderos acuosos para formar el kilómetro cero del Río de La Plata, comienzo del río que desea ser océano. Comienzo simbólicamente marcado con la pirámide donde la comunidad indígena charrúa enfrentó y derrotó al conquistador español Solís, navegante mercenario de la olvidada Europa.
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Buques que descansan encallados en el fondo te observan mientras navegas el caudal del brazo poniente del Luján. El Don Fernando y el Don César, ambos con más de treinta metros de eslora, se entregan al porvenir, a la mudez de la descomposición. Pequeños canales, llagas líquidas del río, abren heridas a la tierra y remojan sus intestinos más volcánicos, que luego terminan por sanar con algas verdosas. Buques del olvido, de alguna otra época portuaria de licores, efusiones, pescadores y gauchos acuáticos. La Divina, inmovilizada a babor, permanece como los mantos de sus redes en la memoria. Éste, el día a día en el delta, es la “fábrica de sueños”, diría el poeta argentino Juan Gelman:
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No hacemos cola frente a la fábrica de sueños. Hacemos cola ante el país. Estamos en una fábrica de sueños, comer, dormir, amar, son como sueños, cada día fabricamos estos sueños y llegamos por ellos al día siguiente o sueño.” (roma/11-5-80)
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Hacemos cola ante el país, al descampado, llueve, se alzan lenguas de fuego que lamen los santos, las calaveras pasan pajareando, senos de una mujer arrastran cielo, la cola de 14.000 kilómetros viborea, hierven los argenguayos, urulenos, chilentinos, paraguayos, están tirando de la noche sudamericana, rechinan de almas en silencio, su verdadero trabajar.” (roma/11-5-80)
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Te llaman de manera importante las casas construidas en las orillas del delta, elevadas para evitar la crecida de la corriente. Son de una planta, de madera o chapa, con sus característicos muelles de bambú que permiten navegar los ríos y acercarse ya sea a las capitales, Buenos Aires y Montevideo, o ir a trabajar con las cañas a las zonas rurales y playas deshabitadas. Los portales tienen la puerta al centro y dos ventanas frontales; son techados, a lo que forman un pasillo de entrada que atraviesa a lo largo el frente y permite refrescarse en la hamaca paraguaya durante el verano o apreciar la bruma en el invierno. Resaltan los colores que se eligen para ello, la gama de azules y verdes es la preferida, que contrastan con el amarillo o rojo. Por momentos aparecen chozas derruidas u olvidadas detrás de sus antiguos muelles en desuso y entrecerradas por la maleza del pantano que recuerdan los manglares de Mompracem, Borneo o el Ganges. Perros vagabundos las habitan; entes que se alimentan de pescado las reviven; y hombres que escriben literatura las recuerdan:
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Lo recuerdo como si fuera hoy. Oí el ruido del motor de la Arvoredo mucho antes, porque soplaba el pampero, un viento de tierra que trae el olor y los ruidos de la tierra. Me aproximé a la costa y entonces vi al perro sobre la cubierta, a proa, aunque la embarcación todavía estaba lejos, en mitad del Desaguadero. El viejo sonrió, agitó una mano y saltó a tierra. Era una de las primeras tardes de calor, al comienzo de la primavera. El perro se quedó a bordo, un poco indeciso, y desde allí nos contemplaba con ese aire tan serio que tienen los perros. El viejo rió un poco y luego se palmeó una pierna al tiempo que decía:
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      -¡Vamos, Olimpo!... No te quedés ahí mirándonos como un idiota… esta es tu casa, muchacho…
         Yo esperaba que dijese algo sobre el perro. Y efectivamente fue lo que dijo:
       -Hace rato que estaba pensando en esto… Un perro es más importante que una mujer por estos lados… un perro es importante sin necesidad de compararlo con nada, así piojoso y todo. No es necesario que te explique los motivos porque son muchos y porque el tiempo te los va a enseñar mejor que yo. En fin, ¿te gusta o no te gusta?

Olimpo estaba sentado entre los dos y nos miraba hablar con una especie de dignidad. Alargué una mano y lo acaricié lentamente.” (Haroldo Conti, fragmento de Todos los veranos)

La clase turista mundial

La condición migrante es ajena entre esta gente (no así la viajera) que parece habitar una isla rodeada por ríos aislada al continente. La condición de la clase turista mundial. En este buque, la mayoría uruguayos. Miradas de ojos saltones, inquisidores, grisáceos o verdosos combinan con lo diáfano de los cabellos plateados de los hombres y mujeres de edad madura. El uruguayo. Se asemejan a infantes en cuerpos de adultos, juegan a ser empresarios, juegan a ser padres, propietarios, juegan a ser habitantes de un mundo donde la miseria y explotación destacan por su ausencia. Diecinueve habitantes por kilómetro cuadrado, estadística de la primera década del siglo xxi. Y el mexicano que migra. Mexicano de la urbe monstruosa, enlodado y no menos encallado que los inmóviles buques del delta por la quietud de la banda oriental. Y de nuevo el uruguayo. Ancianos en cuerpos de adultos, juegan a ser terratenientes, juegan a ser abuelos, doctores, juegan a la vida mientras esperan la jubilación. Sin embargo, el río no es así, es caudaloso, altanero, y nos regresa a la vida de los otros, nos-otros.
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      - ¿Cómo recorrés Uruguay? -te pregunta un nativo, aparente dueño de hoteles y empresas en el continente.
       - A pie -le respondes y sientes la mirada de incomprensión.
     - ¿Y dónde te quedás? -replica mientras te entrega la propaganda de su hotel recién inaugurado. Te mira con sus ojos grises, de niño. No dejas de notar la piel del rostro marcadamente verdosa por los años de rasuradas diarias al raz, y piensas: "éste es el rostro de la empresa, de manera constante lo han de mandar de viaje a promover los negocios".
      - Todavía no lo sé -le respondes-, caminaré por las poblaciones pequeñas, Carmelo, Playa Seré, Nueva Palmira, y ya encontraré donde acomodarme.
       - Yo vengo regresando de un viaje, ya sabés, negocios. 

Una pareja de turistas argentinos camina a nuestro lado, y de nuevo el uruguayo como si fuera un juego en el patio del secundario, voltea hacia ellos para reiterar la promoción de su “boutique hotel” con “música funcional” en todos los ambientes y sistema de agua caliente “amigable con el ambiente” debido a su fuente de calefacción solar. Comodidades falsas para necesidades falsas.

Una vez en el buque, la imagen más degenerada se presenta ante tus ojos, sutiles viajeros: entran el capitán y las sobrecargo. Contenido sexual como pocos, erigido como un tótem fálico con sus bolas a los costados. Él, una especie de cafiolo, cafishio o padrote con sus entendidas a izquierda y derecha. Con la cara regordeta, piel rosada, lentes oscuros y patillas rubias, el capitán de apariencia de un payaso cowboy del Río de La Plata sonríe a los pasajeros mientras camina hacia la cabina tomado de cada uno de sus brazos con las mujeres que lo “auxiliarán” durante el viaje, sobrecargos que aparentan ser más las pistolas del vaquero, cada una dispuesta a cada costado, a la izquierda rubia, a la derecha morocha, ¡bam! ¡bam!

El cowboy acuático inicia los motores del buque y comienza la travesía hacia la otra orilla del río. Una azafata explica el funcionamiento de los salvavidas con movimientos cadenciosos que pantallas de última tecnología reproducen en toda la embarcación, mientras el capitán vaquero se entona a navegar las distancias del delta, siendo quien tendrá el récord de cobrar dólares por milla náutica debido a la lentitud de esta embarcación que no supera los 5 nudos. Mientras tanto, los emocionados jubilados a bordo se levantan, sacan sus cámaras fotográficas digitales y no terminan de retratar el horizonte anaranjado.
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Juegan al placer y al confort. Para ellos, para la clase turista mundial, la libertad se traduce en tener la posibilidad de elegir un hotel dentro de ocho opciones ya que les dará media pensión a la mañana y se provee con energía solar para calentar el agua del establecimiento. Así, se sienten más libres al elegir un hotel por haber realizado una sustracción (8-7=1) que un infante podría realizar; se sienten más “ecologistas” por utilizar tecnología solar cuando las premisas para la realización per se de dicha tecnología son la explotación de recursos humanos y naturales; finalmente, mantienen la creencia de que con el placer y la comodidad es como se desquita la vida y el trabajo alienado. Siempre ellos, se creen paridos por algún dios, para cagarse en el resto del mundo como su sagrada familia hace con los millones de desocupados. Libertad. ¡? Estos son los reflejos que los derechos universales de las revoluciones burguesas han parido y reproducido a imagen y semejanza de ideales liberales que terminan por fetichizar sujetos y sociedades. Idea mezquina de libertad, idea retrógrada que aparece tan opaca ante la libertad socialista que Gelman comparte:
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Nosotros arrastramos los pies en ríos de sangre seca, almas se pegaron a la tierra por amor, no queremos otros mundos que el de la libertad y esta palabra no la palabreamos porque sabemos hace mucha muerte que se habla enamorado y no del amor, se habla claro, no de la claridad, se habla libre, no de la libertad.” (roma/9-5-80)
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La clase turista mundial utiliza territorios internacionales (y también los paraísos fiscales utilizados por banqueros, abogados y grandes financieros, es decir, la clase más vampiresca y parasitaria de la sociedad) para no pagar impuestos en ridículas mercancías de embellecimiento (traducido: plastificación y esterilización), pero lo que queda realmente estéril e impotente es la capacidad crítica de estos individuos. Juegan, por lo tanto, a sortear las grotescas leyes que ellos mismos han impuesto a la mayoría. Arrastrados por el frenesí del consumo y acumulación del capital, lo que consumen son sus mentes que terminan por desechar en los basurales de la cultura posmoderna. ¡Y si se los escuchara! Se creerían más libres aún por haberse ahorrado unos centavos, aquí y allá, al evadir impuestos. Libertad burguesa. Libertad contra el humanismo.

Final de camino

Encontraste el final de camino en una playa de la banda oriental. Al cruzar el puente giratorio del arroyo Las Vacas, se caminan 800 metros sobre la calle zigzageante a medio pavimentar. A la izquierda se encuentra la reserva de fauna donde los uruguayos guardan “reservados”, según el caso, animales para protegerlos de su extinción. No es coincidente que todas las especies ahí resguardadas sean de consumo humano, a las cuales los locales no se contienen al echarlos a la parrilla y a las brasas. Uno de ellos da el nombre al famoso chivito uruguayo. 

Una vez dejada la reserva de fauna, 150 metros encaminan el sendero a la Playa Seré. Es un pedazo de costa de arena blanca que se moja con las aguas del río Uruguay, justo a la desembocadura del Vacas. La acompaña un pequeño bosque de pinos que convierten el ambiente en semi-boscoso y templado. En la punta sur de la costa la arena se convierte en un manglar y desaparece la mano del hombre.

Es ahí, justo antes del manglar, sobre la costa, que se encuentra el final de camino. Sobresale tímidamente por debajo de la arena y se extiende poco más de 20 metros en el río. Aparenta ser lo que en alguna época realizó la tarea de escollera, sin embargo, una más larga y moderna al norte le ha quitado la utilidad original a esta. El sitio es una especie de viga construida con restos de obra, como los restos del antiguo Buenos Aires que sostienen la Reserva Ecológica, o como si se hubiera tirado abajo un edificio de Puerto Madero para rellenar con escombros. Su raíz se esconde debajo de la arena y guía hacia un pequeño mirador para automóviles y mayormente motos que surcan profusamente las calles de los pueblos uruguayos. Una escalinata con siete escalones visibles permite descender de aquella hasta la arena. Detrás, se deja un acotado local o kiosko pintado de un azul demasiado intenso para los colores desteñidos del otoño en esta orilla del río. Un poco más lejos, el humo de una parrilla da noticias de vida humana; sin más, el lugar es desértico.

Así, el final de camino se extiende hacia las profundidades del río. El leve oleaje moja la punta más alejada, no es más ancho que un tronco de árbol, a lo que las olas más agresivas sumergen la punta debajo de sí, amenazando con recorrer su superficie y sumergirte bajo ellas. Como si el agua en una decisión apurada o molestia momentánea pudiera tragarse en un suspiro la playa completa y todo lo que contiene.
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Das unos pasos sobre la plataforma de la vieja escollera rodeada por el agua. Te aventuras más adentro. El ambiente se torna más frío, los sonidos tienen mayor definición, luchan entre sí para imponerse y llegar a tus oídos: el chocar del agua en la escollera, luego en la costa, el oleaje, la piedra, el río. Te alejas de la costa y penetras sobre la plataforma en el río, diez metros, quince. Eres un malabarista, un cirquero en el agua. Tus piernas se enfrían, comienzan a temblar, las rodillas se debilitan, dudas. El viento aparenta ser más intenso, te recorre todo el cuerpo, te llena las orejas, es lo único que te permite escuchar; provoca una leve pérdida de equilibrio. Y de nuevo el sonido de las olas, el frío, retomas el equilibrio, no caes. Una ola ruidosa sumerge el final de camino bajo ella, ahí está, no lo alcanzas a ver pero sabes que el final sigue ahí, momentáneamente cubierto pero permanente, irremediable. Las olas mojan ya tus pies. Final de camino. Te inclinas por encima de él, doblas el torso para mirarlo desde arriba. Encuentras una figura reflejada en el agua, es una simple mancha negra, una sombra inclinada sobre la turbulenta inquietud del río que no te permite respirar más. No lo haces más.
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Es hora de dar la vuelta y regresar. Te das cuenta que es más complicado de lo que esperabas. Comienzas a girar el torso, los pies, poco a poco. Elevas los brazos para generar equilibrio. Cualquier movimiento inesperado te destanteará y caerás al agua. Finalmente, cierras los ojos y te dejas llevar, identificas el simple sonido del oleaje sobre la escollera, ahora lo reconoces y te permite regresar hasta la costa: Final de camino.
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¿Caíste al agua? No lo recuerdas ¿Caíste en el río congelado un otoño y no lo recuerdas? No tiene importancia. Conti dice que el río es caprichoso, a veces te da todo, a veces nada. El río es dialéctico. Un hombre no se sumerge dos veces en el mismo río porque el río ya ha cambiado, pero en la segunda ocasión tampoco es el mismo hombre.

Terminas con Gelman:
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Llego temprano a todas partes. Veo cómo vacían las escuelas de los cadáveres nocturnos del saber y tiran creolina en los rincones para tapar los olores de la ciencia. Llego temprano al hospital, cuando cambian los muertos de las sábanas. Llego temprano a vos, amor, cuando a la luz de tu secreto reís sin darte cuenta.
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No estoy llegando temprano por equivocación, miedo o valor. Los militares mean la noche marxista-leninista y he llegado temprano a este exilio para mí. Temprano escucho el pájaro cantar, la pájara sufrir, y temprano saldré de mi vida.” (roma/13-5-80)
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